No volvería sobre el asunto catalán (doctores tiene la Iglesia y no hacen más que darle vueltas a la noria, como si pudieran descubrirse nuevas zonas de sombra) si no fuera por el vídeo. La engañosa propaganda que contiene, su mentiroso montaje me parecen un insulto a la inteligencia del común de los mortales. Cataluña, oiga, es tan mía como de la chica que sale en el vídeo. Con una diferencia: parece que soy un miserable fascista explotador y ella, pobrecita, acaba de salir de la comisaría en donde la han torturado, violado, aherrojado, a ella que representa a su pueblo sojuzgado, encerrado sin voz, callado a base de censura, asaltado por fuerzas del orden (se pasaron, ¿eh?, e hicieron el bestia en este ejercicio patoso que tiene al Estado español matando chinches a cañonazos). En cualquier caso, el pueblo sojuzgado no pasa de ser un tercio del de verdad, ¿no? A los autores del vídeo, además del encantador acento catalán de la chica en inglés y sus estupendas lágrimas de dolor, no se les ha ocurrido nada mejor que copiar un vídeo similar procedente de Ucrania. Han cambiado las imágenes y han utilizado, eso sí, cortes de otras épocas y otros lugares más tenebrosos. Obviamente, hay una parroquia que se cree estas cosas, pero igual se les ha ido el tiro por la culata a los del Òmnium. El montaje es tan burdo que causa risa. Hasta la prensa extranjera ha dejado de creérselo.

¿Qué es esto de que Cataluña, la zona más rica y más avanzada de España, con mayores atribuciones, está sometida al salvaje dominio de los del sur?

En Inglaterra se dice «las opiniones son personales; las realidades no». Podemos pensar lo que queramos pero no podemos retorcer la realidad hasta que coincidan ambas cosas. Y el historiador A.J.P. Taylor asegura que a las gentes «a menudo no les gusta lo sucedido; nada pueden hacer para cambiarlo; deben expresar la verdad sin preocuparse de si confirma o niega los prejuicios existentes». Justo lo que no ha ocurrido con Cataluña y su historia.

El ejercicio del vídeo no solo es fascista en esencia, es una manipulación mentirosa. Recuerda irresistiblemente al maestro de todos, Goebbels, ministro de propaganda nazi, un verdadero genio que aplicaba principios tales como simplificar las ideas, inventar noticias favorables, acallar las cuestiones para las que no se tienen argumentos, disimular las noticias que favorecen al adversario y exagerar las favorables por nimias que sean. Cosas así que son de gran eficacia propagandística y que ahora reconocemos en el argumentarlo de los independentistas.

Hace pocos días, Rubén Amón analizaba otra de las grandes mentiras del soberanismo catalán: equiparar su situación a la de Kosovo antes de su independencia. Explica que Cataluña no es una región que sufre una política de discriminación desde el Estado español a semejanza de las coacciones criminales de Milosevic, sino quien acaso la ejerce con todas las atribuciones y transferencias de las que dispone: la propaganda, la educación, la seguridad, la economía, la manipulación emocional, las banderas, el fútbol y hasta los curas ultra. Todo esto lo maneja el vídeo hasta la náusea.

Por fin, no puedo sino analizar las manifestaciones en Cataluña y en Mallorca exigiendo la puesta en libertad de los «dos presos políticos», los Jordis, como se los llama. Es bien cierto que la juez ha pecado de excesiva severidad enviándolos a la cárcel, sobre todo si se considera el polvorín sobre el que estamos sentados; podía haberlos tratado como al Mayor de los Mossos. Pero no. Y, ojo, está en su derecho de hacerlo, considerando la gravedad del delito de sedición.

Permítaseme un símil (aunque, como decía el Cristo de don Camillo y Peppone, los símiles son una gran canallada). Imaginen que lo que de verdad quiero es poseer un nuevo televisor de un metro por un metro y de pantalla cóncava. Sin embargo, estoy en radical desacuerdo con la ley española que me exige pagarlo y que me castigará si no lo hago. Soy de Barcelona, oiga. Entro en la tienda, cargo con el televisor sin pagarlo y, al salir del establecimiento, me detiene la policía. El juez me manda a la cárcel hasta que se celebre el oportuno juicio. Mi familia y mis amigos se manifiestan frente al juzgado demandando mi libertad, coartada porque no reconozco la validez del ordenamiento español que pisotea mis derechos. ¿Debe acceder el juez a ponerme en la calle?

Dicho lo cual, ojalá cese de una vez el epistolario Madrid-Barcelona, este diálogo de sordos que nos trae a mal traer.