El sintagma «riesgo de pobreza» es un eufemismo. Cuando uno está en riesgo de pobreza, es pobre. A los países pobres, de un tiempo a esta parte, se les denomina «emergentes». Así andamos, dándole vueltas a las palabras no para modificar la realidad, que es muy tozuda, sino para cambiar nuestra relación con ella. Un país emergente no produce tanta lástima, ni tanta culpa, como un país pobre. Es más, lo envidiamos por esa capacidad para brotar en un mundo que mayormente se hunde. En España, el 28% de sus habitantes está en «riesgo de pobreza». Más de la cuarta parte, y eso en un momento en el que la economía, si el Gobierno no miente, va viento en popa, a toda vela. Trece millones de personas con nombres y apellidos, y con sus dos pulmones, y con sus dedos de las manos y los pies, y con su lengua, y su faringe, quizá hasta con su dentadura completa, trece millones, decíamos, sudan tinta china para llegar desde el martes al miércoles y desde el miércoles al jueves.

Muchas de estas personas, entre las que abundan mujeres, niños y jóvenes de ambos sexos, dependen de un hilo a punto de romperse: el de la pensión del abuelo. Cuando la pensión del abuelo falla, el tejado se viene abajo, de modo que al llamado eufemísticamente «riesgo de pobreza» le sigue la pobreza severa con toda su cadena de efectos secundarios: bronquitis mal curadas, tiña, enfermedades digestivas, hambre, frío, pánico y exclusión social. La exclusión social significa que dejas de formar parte del paisaje, pese a que duermas en la puerta de un establecimiento de la Gran Vía de tu ciudad.

Cuando voy a la radio a primera hora de la mañana del domingo, veo cantidades notables de excluidos sociales cubiertos con cartones de embalar. Están ahí, en el centro de la ciudad, pero fuera de ella a la vez. Resultan simultáneamente visibles e invisibles. Tú mismo haces por no verlos recordando la máxima de que no hay mayor ciego que el que no quiere ver. Pero un día llega el Eurostat, que es la Oficina Europea de Estadística, y te proporciona las cifras macro de la pobreza (el 28%). En porcentajes duele menos y produce menos vergüenza. Lo malo es cuando pisas la calle y ves a los pobres uno a uno.