Arévalo y Bertín Osborne se han peleado. No, no estoy hablando en clave de dos dirigentes políticos. Ya saben que ambos (¿cómicos?, ¿actores?, ¿intelectuales?) se comieron una paella con Juan Carlos I, una ifanta y otros amigos (el 17 de julio) y que Arévalo no pudo contener la tentación y subió a las redes sociales una foto del momento, en la que se veía al emérito (harto arroz) y al resto de (numerosos) comensales sonrientes e incluso blandiendo copas. Eso molestó a Bertín, que, aunque se mete en las casa ajenas, es partidario de la intimidad y la no exhibición. No me coge el teléfono, dice compungido Arévalo estos días en la prensa seria y en la del cuore. No sabemos si imitando a un gangoso. Lleva meses sin hablarme, solloza el pobre.

A mí me gustaban muchos aquellos casettes de Árevalo que vendían en las gasolineras y que eran chistes guarrísimos, políticamente incorrectos y con bastante gracia. Consistían en una narración al estilo del inigualable Paco Gandía pero con menos metáforas sutiles y más brocha gorda. Si acaso un pelín menos de ingenio. Una vez en un viaje de fin de estudios, un cura atolondrado compró por despiste una de esas cintas en una estación de servicio en la que paró nuestro autobús para que mearamos y comiéramos bocadillos de mortadela con un Fanta. Fue comenzar a sonar aquello y ponerse el curo rojo y después verde. Las risotadas testosterónicas de colegio masculino se oían hasta en Móstoles cuando el autobús iba ya por Zaragoza, tierra nunca bien ponderada en la que nos dimos al vino y a los cubatas en unas inolvidables noches de las que paradójicamente no recuerdo mucho. Así está España. Que se rompe por todos los lados, incluido el lado de las amistades que parecían inquebrantable. Arévalo y Bertín son un poco las dos españas. Y son solo una, o los dos pertenecen a la misma, peor. También se enemista la afinidad. Bertín ha declarado la independencia unilateralmente de Arévalo y éste, en vez de echarse a la calle se ha echado a los medios a contarlo. No sabemos si le sale mejor el sofrito que hacerse la víctima. Dicho lo cual añadimos que tampoco vemos tanto problema en subir una foto de unos amigos comiéndose una paella, lo hemos hecho todos. Eso sí, a mí la última vez que lo hice, una de las comensales me dijo: estate quieto, rey.