Son niños. Tenemos que cuidarles. Alimentarles, en primera instancia; educarles y velar por su salud. No sólo por decencia, responsabilidad o amor, sino en defensa propia como malla social sólida que no se revuelva contra sí misma. Pero la noticia se repite: «Las meriendas tampoco llegan este año a todos los alumnos inscritos en el plan SYGA».

Hace casi dos meses que comenzó el curso escolar y aún hay niños que no meriendan ni cenan, pese a que el plan de Solidaridad y Garantías Alimentarias (SYGA) lo puso en marcha hace unos años la Consejería de Educación en Andalucía para paliar las necesidades de nutrición infantil que detectan los servicios sociales municipales. Hablamos de niños pertenecientes a familias bajo el umbral de la pobreza o en situaciones de desestructuración complejas y en riesgo de exclusión social. Resulta estremecedor que la demanda de esta atención especial haya aumentado este curso. Hablamos de niños que van al colegio, pero que soportan una alimentación de mala calidad o que pasan hambre. Y que esto pase en una sociedad presuntamente estructurada como la nuestra, una sociedad que se permite tener problemas «graves» como que una de las partes más ricas de su territorio nacional quiera independizarse con gran alharaca internacional, debería preocuparnos más, mucho más.

Si en algún momento hemos hablado en este humilde espacio de problemas reales frente a problemas creados que en realidad no son problemas, inventados, aumentados y espoleados por intereses particulares que se vuelven visceralmente generales, éste es el mayor de los ejemplos. Porque son niños. Y tienen que comer al menos sus tres comidas diarias, como especifica el SYGA en sus objetivos: «€a las niñas y niños que cumplen con este perfil en ese momento estén escolarizados en un centro docente con servicio de comedor se les proporcionarán las tres comidas, desayuno, almuerzo y merienda, con objeto de garantizar una adecuada alimentación». Pero, como ya ocurrió el curso pasado, para algunos niños las bolsas con las meriendas no están llegando.

La información que firmaba Ignacio Castillo en La Opinión ayer, contenía la valiente -a nadie le gusta señalarse frente a la Administración de la que depende- declaración de Virginia Arjona, directora del colegio Gálvez Moll, ubicado en la humilde barriada malagueña de la Palma-Palmilla: «Y en Educación solo saben decirme que ya me avisarán. Estas meriendas son muy necesarias para nuestro alumnado. Prácticamente las necesita el cien por cien. Estamos en situación social extrema. Las meriendas del plan SYGA son, en realidad, la cena para muchas familias, ya que comparten los productos que vienen en las bolsas».

La política real debiera mirar más hacia abajo que hacia arriba. Hablar más con quienes bregan con los problemas que con quienes se preocupan del marketing de partido repitiendo conceptos «imparables», mirando siempre al adversario en una tensión electoral tan agotadora como agotada hace tiempo.