En España no existe una oposición en condiciones al PP, hace un año se exigía a Podemos que también contribuyera con su abstención a la coronación de Rajoy II. Esta asfixiante unanimidad, reforzada por la armonía proconservadora de la prensa madrileña, acepta como oráculo inapelable cualquier genialidad que provenga del Gobierno. Verbigracia, la única solución para la crisis catalana es la convocatoria a las urnas, pero solo en la comunidad antedicha.

Pretender que unas elecciones regionales apaguen un incendio que se ha propagado más allá de las fronteras españolas, denota un delirio digno de los cerebros del Gobierno que no se percataron de que su mejor aliado en la Generalitat se llamaba Artur Mas, propietario de una graduación independentista entre Inés Arrimadas y García Albiol. La sed de venganza del PP propició la aniquilación de un pactista nato, y su sustitución por un radical temerario. Hasta el viernes mismo no se ha descubierto la clave para maniatar a Puigdemont. El president siente pánico hacia la cárcel, una fobia que nadie podría reprocharle.

Las elecciones autonómicas son más inútiles para resolver la crisis catalana que el 155. En primer lugar, los grupos favorables al referéndum seguirán disfrutando de una holgada mayoría absoluta en la cámara, por no hablar de la calle. Y sobre todo, una convocatoria regional no ofrece los ingredientes necesarios para desactivar el monopolio catalán de la actualidad. Carece de atractivo estelar, además de restringir de nuevo el voto a esos privilegiados catalanes. Existe una profusión de manifiestos de Rajoy sobre el exceso de citas con las urnas en dicha comunidad, cuesta imaginar que la próxima remendará a las anteriores.

Es chocante que los politólogos pontifiquen sobre la obediencia de su objeto de análisis a las leyes del espectáculo, y a continuación olviden las premisas del show business en la política cotidiana. Si alguien desea neutralizar el impacto de la Liga, debe montar una Champions. La atención enfermiza que ha polarizado Cataluña no se resolverá con más Cataluña, sino encontrando una adicción de mayor ámbito. Quién se conformaría con unas elecciones autonómicas, si puede convocar unas generales.

En España se ha alcanzado el curioso consenso de que el paciente Rajoy es una víctima del desaforado Puigdemont. Para empezar, este criterio considera que el mariscal posee menos poder que un teniente. Además, la prensa local se distancia aquí de la extranjera, no tan entregada a las virtudes pasivas del político gallego. En todo caso, y dado que el presidente del Gobierno ha alardeado de su excelente forma para afrontar unos nuevos comicios, su convocatoria materializaría además el sueño del PP de arrinconar a Cataluña por los medios a su alcance.

Descartada la ingenuidad de que Rajoy tome la iniciativa y convoque con urgencia unas elecciones generales, sus fieles socios han dispuesto de oportunidades sobradas para arrancarlo del pasmo. El solícito PSOE tuvo una oportunidad valiosa, el día en que España ofreció su peor imagen al exterior. Aquel domingo 1 de octubre, que parece congelado años atrás, Pedro Sánchez compareció para valorar el referéndum. El secretario general socialista protagonizó una de las intervenciones más decepcionantes de los últimos tiempos, génesis de una docilidad que empeoraría conforme avanzaba este mes aciago. Sánchez apeló incluso a su valentía al huir del Congreso para no abstenerse en la investidura de Rajoy, a fin de hacerse perdonar su actual parálisis. Y culpó a Puigdemont de la violencia policial, tal vez un exceso de atribuciones.

Aunque los contrafactuales no sirven ni de consuelo, Sánchez desperdició una ocasión de aliviar a España de la crisis catalana, y de consagrarse al mismo tiempo como insignia del recambio. De haber exigido unas elecciones generales, en vez de sumarse a la dependencia de la crisis catalana, habría invertido las coordenadas de la actualidad. Unos comicios en los que participa todo el país ofrecen un poder de sugestión suficiente para arruinar una secesión, que además solo puede alcanzarse sobre el papel. La situación de Cataluña se hubiera quedado en apéndice de la campaña al Congreso. Y en esta semana concreta, la obsesión por los vaivenes psicológicos de Puigdemont no se hubiera reconducido a Sálvame, sino que se hubiera enfocado hacia el impresionante informe de la fiscal Concepción Sabadell en Gürtel. Otro favor del independentismo catalán al PP.