El fracaso de la carrera desesperada del conseller Santi Vila, entre el lunes y el jueves, por evitar la DUI y el 155 -se aprobarían ambas cosas- y su dimisión, sugiere la esperanza de que hay un nacionalismo con «seny», con cordura. No todo es exaltación emocional e irracional. Vila, conseller de Empresas, interlocutor del mundo económico que ya no se fiaba de Oriol Junqueras, solicitó una reunión urgente el lunes con Puigdemont y Artur Mas para plantear la disyuntiva: o elecciones, o confrontación civil, advirtiendo que, por conciencia, no aceptaría ese camino y dimitiría. «El problema -le respondieron- es que solo con elecciones no se parará el 155». Para comprobar que eso era posible, Vila activó sus contactos-puente en Madrid y habló varias veces en esos días, siempre vía intermediario, con Pedro SÁnchez, Albert Rivera y María Dolores de Cospedal. Sanchez fue rotundo: el 155 se para si Puigdemont convoca elecciones desde el Estatut de Autonomía, por tanto en la legalidad, y sin DUI. Rivera lo compartía, aunque advertía que Puigdemont no era de fiar. Rubalcaba acertó: no las convocaría por ser prisionero de la radicalización. A Cospedal le parecía insuficiente y advertía, no sin razón, que unas elecciones inmediatas son peligrosas porque hay demasiada carga emocional. Pero el PP acabó aceptando la enmienda socialista en el Senado para parar el artículo 155 si Puigdemont convocaba. También Miquel Roca y Duran Lleida lo intentaron y trataron de ser recibidos por Puigdemont pero Artur Más les hizo saber que, a su pesar, ya era inútil.

Puigdemont tenía el discurso de convocatoria preparado pero lo asustaron las redes que empezaban a llamarle traidor, la manifestación frente a su despacho y la amenaza de dimisión de diputados y alcaldes suyos. Perdió la oportunidad y Rajoy, en un golpe de efecto, se las convocó. La Republica catalana esta vez duró cuatro horas y no solo ocho segundos como el 10 de octubre.

Estamos en el desconcierto de los primeros dos dias, con el jefe de los Mossos, Trapero, aceptando su cese, el Govern destituido y altos funcionarios debatiéndose entre la retirada y la resistencia, con alto riesgo de conflicto social. Se va conociendo, a través de las conversaciones telefónicas grabadas por la Guardia Civil, que Oriol Junqueras ocultó a Puigdemont la no viabilidad económica de la Republica Catalana. Se podrá decir, con razón, que Puigdemont ya es mayor para no dejarse engañar, pero centenares de miles de catalanes creyeron ingenuamente que sus dirigentes los llevaban por buen camino y que deberían tenerlo bien estudiado. Resultó que también era mentira la viabilidad de la Republica, como lo era que bancos y empresas no huirían ante el precipicio o que Europa acabaría aceptando una Cataluña independiente. Europa se cansó de advertirlo antes. Bastó que el jueves se aprobara la independencia en el Parlament para que se precipitaran las declaraciones de rechazo, unánimes y tajantes. Ni la reconocen, ni la reconocerán, zanjó por ejemplo el Reino Unido. Ni un solo país. Ni Andorra.

Figura indiscutible del arte de amagar, Puigdemont lanzó el sábado un mensaje grabado desde algún lugar de Girona llamando a la resistencia ciudadana ante el 155 pero reiterando que siempre por vía pacifica y pidiendo respeto incluso para los catalanes que piensan diferente. Es lo que queda: identificar independencia con pacifismo frente a Estado español con violencia. Desde Europa se apoyó a Rajoy pero, al tiempo, se le pidió que no haga uso de la fuerza. El fantasma de la gran torpeza represora del 1 de octubre sobrevuela la política gubernamental. Tiempo habrá para identificar quien dio la desafortunada orden de intervención. Ahora toca destensar, encajar y preparar las elecciones del 21 de diciembre. La CUP no se presentará y el podemita catalán Dante Fachin propone lo mismo. Parece que Puigdemont quizás si. Pero el PDCAT tiene un valor si quiere moderarse: Santi Vila, merecedor del respeto dentro y fuera de Cataluña.