Un corresponsal me dice, y es cierto, que mucho antes de que el Halloween fuera universal y festivo, los niños de aquí ya vaciaban calabazas, les ponían ojos y boca y plantaban dentro una vela. Así que el asunto es autóctono, y lo alóctono es solo el atrezzo y el business del evento. El mismo corresponsal cuenta que desde su casa ve dos colegios: a uno, público y multiétnico, iban anteayer niños felices y con disfraz variopinto, mientras al otro, de una orden religiosa, llegaban tristes y uniformados. Le digo que no hay religión que no meta miedo con la muerte para tenerte a raya, pero tampoco hay que pasarse de la raya en perderle el miedo. De niño, los curas nos llevaban el 2-N (hoy, Dia de los Difuntos) al cementerio, para meternos una dosis. Sigo la costumbre, como terapia de mantenimiento, pues si ahora me disfrazara serían dos disfraces: uno del cuerpo y otro del miedo remetido.