La señora Brunhilde Pomsel falleció en una residencia de ancianos de Munich el 27 de enero de 2017. Tenía 106 años. Nacida en Berlín de padres prusianos de la vieja escuela, fue en su juventud una muy competente mecanógrafa y taquígrafa. Llegó a ser una funcionaria de confianza en la secretaría del señor Joseph Goebbels, el ministro de Información y Propaganda del Tercer Reich alemán.

Goebbels fue sin duda uno de los más luciferinos lugartenientes del Führer Adolf Hitler. Y un apóstol implacable de aquella letal ideología, empapada de irracionalidad nacionalista y odio, que estuvo a punto de pulverizar la vieja Europa. Por cierto, hoy nos la encontramos de vez en cuando en sus nuevas versiones. Convertida por el momento en aparentemente inofensivas variantes evolutivas de los viejos nacionalismos y sus patologías, tan crueles como fanáticos.

En 1933 la joven Brunhilde votó a Hitler y a los nazis. Creía que sería lo mejor para la patria alemana. Poco después se incorporó al partido. Era ese un requisito fundamental para conseguir un empleo en la radio del Estado. Así fue. Lo celebró con Eva Löwenthal, su buena amiga judía de toda la vida. No mucho después le ofrecieron un puesto más importante en la secretaría del ministro del Reich Joseph Goebbels. Buen ambiente de trabajo entre gente agradable y un magnífico sueldo de 275 marcos al mes. Aquella modélica y siempre eficiente mecanógrafa - siempre fue la más rápida- subió pronto. Se preguntaba si el todopoderoso ministro sabría su nombre. Aunque era cortés con ella, nunca le dirigía la palabra. Con otros colaboradores de la secretaría ministerial una noche fue invitada a una cena en el palacete de Goebbels. La sentaron a la derecha del anfitrión. En ningún momento habló éste con ella. En 1943 fue invitada con un grupo de colegas a un mitin en el Sportpalast berlinés. Goebbels anunció en su ominoso e histórico discurso la guerra total de Alemania contra sus enemigos y las posibles consecuencias para el pueblo judío.

En agosto de 2016, Brunhilde Pomsel, unos meses antes de su muerte, quizás por ser invidente finalmente divisó la verdad. Recordaba ese discurso en una entrevista concedida al diario británico The Guardian: «En la oficina (Goebbels) tenía una especie de elegancia distiguida y de pronto verlo allí como un enano enloquecido€ No me puedo imaginar un contraste mayor».

Un día de aquellos años oscuros su amiga Eva Löwenthal simplemente desapareció. Muchos años después Brunhilde encontró su nombre en una de las interminables listas de las víctimas del genocidio que terminó en los crematorios de Auschwitz y en lugares similares. Como le ocurrió a Eva Löwenthal.