La proliferación bacteriana del bulo ha acabado siendo uno de los problemas serios de la convivencia nacional. No es que la realidad de los hechos esté pasando a un segundo plano, es que se ha convertido en fenómeno residual. Antes el bulo estaba confinado en un territorio ética o estéticamente marginal, y compartía con la mentira política un espacio extramuros de la verdad. Ahora, desde que la mentira política ha caído en la zafiedad y el descaro del bulo, confundiéndose con él, el espacio de los dos territorios juntos ha acabado arrinconando a los hechos. La labor, en ese proceso, del Govern de Catalunya, sus acólitos, entes paragubernamentales y medios afines, ha dado lugar a un paisaje devastado como el que dejan los incendios forestales. Se presta poca atención a este asunto, de que la verdad se haya ido a raudales de Catalunya, pero es mucho más grave que la fuga de empresas.