La fama es cambiante, veleta, horrenda a veces, otras, hermosa como el rocío, castigo para algunos, un regalo para el resto. ¿Quién no conoce a Lidia Lozano? Hasta la reina, por más que Letizia Ortiz no se ponga a eso de las cinco de la tarde frente al plasma de su palacio para tragarse otra sesión de Sálvame, una de las ficciones más estropajosas de la pantalla, un programa de realidad inventada donde cada tarde se levanta un altar para mejor honrar al dios de la humillación, del despropósito, de la falta de piedad, de la más artera exhibición de falta de respeto. En esa caldera de cal viva han estado unas semanas con el cuento de si echar o no a Terelu y a Lozano por bajo rendimiento. Los tipos que desde la sombra manejan el hilo del estrambote, llamados La Cúpula, han decidido, tal como tenían decidido desde que se inventaron el tormento, seguir contando con ambas. La fama de Lidia es una fama sin prestigio, una fama de mercadillo dominical. Fuera de ese pozo séptico, ¿quién es Lidia Lozano, quién es Terelu Campos? Distinto es el caso de Paco León, al que un fan le envía un mensaje donde dice que le gustaría masturbarlo y, llegado el caso, «y con todo respeto», hacerle una felación como dios manda porque aunque «soy hetero y tal… hace un tiempo que empecé a probar con otros tíos por curiosidad y…». Y vamos, que al hetero le gusta hoy un buen pepino más que a Leticia Sabater una ración de salchipapa gigante. Es que hay cosas que no se pueden probar, amigo, que luego pasa lo que pasa, que ya no se puede parar y hasta te ofreces para darle gustillo a tu ídolo. Paco León, todo un caballero, con humor, le respondió que «no se puede tener más arte para pedir una cosa así, todo un ejemplo a seguir». ¿Qué me dicen? Paco León ha dejado atrás al Luisma de Aída sin olvidarse de él, alcanzó la fama total, pero supo manejarla como un grande.

El oído y el pene

También ocurre que de famas desprestigiadas surjan trabajos si no deslumbrantes sí al menos llamativos, rociados por la ironía y la sorpresa, trabajos que provocan cómplice sonrisa. Netlifx es una de las plataformas de contenidos visuales de entretenimiento más potentes del mundo, con ficciones de gran peso -House of cards, Narcos, Orange is the new black-. Pues bien, para promocionar la segunda temporada de Stranger things la plataforma norteamericana ha rozado la locura, o la genialidad, al contar nada menos que con alguien del submundo famoso como la mentada Leticia Sabater disfrazada como un personaje de la ficción. Son apenas 60 segundos, pero el resultado, la imagen de la señora, ahora recién operada de su bizquera, es brutal. Leticia ha sabido darle la vuelta a su fama demediada, sin crédito, y se ha instalado en ese lado sucio, hortera, canalla, vulgar y chabacano, donde está creando una criatura del subsuelo que le da de comer. Ha hecho de su cuerpo, de su mensaje, de sus canciones imposibles con salchipapas y pepinazos un arte de zangolotinos, salidos de discoteca de polígono, y se ha convertido en la reina del pajillero vocacional. La fama de Nacho Vidal, siendo casi igual, nada tiene que ver con la exmusa infantil. A éste la fama le cuelga, o se le levanta en forma de indemnización en diferido -la que reciben sus espectadores cuando el actor porno se pone a trabajar con su pajarito encabritado- alcanzando longitudes que van más allá de los tópicos, que no típicos, 21 centímetros. Es tan famoso que también tuvo su momento acoso sexual. Lo contó, cómo no, en Sálvame ante un atónito y expectante Jorge Javier. Fue un médico colombiano cuando fue a su consulta con dolor de oídos. ¿Perdona? Hay que tener imaginación, doctor, para decirle a un tío que se baje los pantalones, magrearle las pelotas, y «tocarme el pene» cuando ese tío llega a tu consulta con los oídos taponados.

Porno político

No dejamos el porno. Hay otro actor, Willy Toledo, famoso por ser experto en pornografía política, que flipa en colores cada vez que abre la boca. Ha hecho de su fama un burdel barato donde el polvo se echa en catres de mala muerte, sórdidos y pestosos, con tanto manchurrón de semen y mugre que, por elevación, ha creado un estilo, el estilo delirante de Willy el loco. Lo último que he visto y oído de él ha sido en la televisión venezolana, tenía que ser Venezuela. Dice el actor -7 vidas, El club de la comedia, Cuestión de sexo- que la gente de Venezuela no intente venir aquí porque las libertades de allí, sociales, políticas, culturales, o económicas, «son una utopía en España», un país donde todo el mundo está sometido «a un sistema esclavista, de economía salvaje». Si hablamos de fama en esta pieza, y hablamos de sus cosas, no podía faltar una semana más Toñi Moreno. Ah, qué mujer. Consigue lo que no consigue nadie. Consigue, como hace unos días, que Antonio Hidalgo -feliz con su fama modesta, murcianica- se baje el pantalón, sin acoso ni nada, y enseñe unas piernas que ya cautivaron a Ana Rosa Quintana cuando hacían juntos Sabor a ti y su fama era una fama nacional. Quien lea con asiduidad esta columna sabrá que la ley Sálvame se ha vuelto a cumplir. Va al programa de invitado quien fue y hoy apenas es. Qué triste que lo haya hecho María Jiménez, confirmando la decadencia de esta cantante poderosa que pelea por una fama polvorienta y chuchurrida, y que lo haga con historias de otro siglo volviendo a hablar de su exmarido Pepe Sancho, muerto hace años. ¿Cabía más tristeza? Sí, la propia imagen de la artista, una hostia de realidad que te deja mudo. Para profundizar en la propia miseria contó que cobra 408 euros de pensión de viudedad gracias a Sálvame ya que Matamoros «me abrió los ojos para arreglar los papeles al hacerme ver que yo no estaba divorciada de Pepe sino sólo separada». En fin, terrible. Boris Izaguirre aún sirve para un Mi casa es la tuya. Ojalá no mendigue un Sálvame. Ni haya que recordarlo como ahora hacen con La Veneno, a la que le ponen placa en el Parque del Oeste, donde fue puta. Ay, ay, destino, aparta de mí esa fama.