He vuelto a ver en un vídeo la expresión grave de Umberto Bossi, el 15 de septiembre de 1996, cuando ante una multitud enardecida, en los muelles de Venecia, declaró la llamada República Padana. Tras arriar la tricolor, y bajarla del mástil, con la solemnidad ridícula que suele acompañar este tipo de aspavientos, ordenó izar un lienzo blanco con una flor verde de seis pétalos, la enseña del nuevo estado de ficción, un espacio imaginario a partir de una amplia llanura a orillas del río Po.

Algunos padanos de la Lega Nord habían llegado a la Serenísima, concretamente a la plaza de_San Marcos, subidos al tanque casero (tanko) con el que reclamaban la independencia del Véneto. Durante un tiempo fueron el hazmerreír de Italia. Su argumento, además de la manipulación constante de la Historia y del mito, siempre era el mismo y el guión se repetía sin grandes cambios. Acusaban a Roma de aprovecharse de las laboriosas gentes padanas. «Roma nos roba». ¿Les suena? Un eslogan, por otra parte, que se encuentra acomodado en la memoria anímica de Italia: «Il Sud mangia i nostri soldi».

Pero aquel día en que el verano se apagaba proyectando sus débiles luces sobre las agual del Gran Canal, Bossi, el entonces líder de la Lega Nord, mandó plegar la bandera italiana y que se envíase a Roma. El jefe del Estado, Oscar Luigi Scalfaro, dijo que podían hablar cuanto quisieran de independencia, pero advirtió que en el caso de incumplirse las leyes, los tribunales de justicia actuarían. Y recalcó, por si a alguien le quedaba alguna duda, que una democracia que tuviese miedo de aplicar el Código Penal no sobreviviría.

Los nacionalistas padanos, que habían adoptado el papel de víctimas, nunca dejaron de protestar por la aciones judiciales emprendidas para frenar la ilegalidad en que se estaban embarcando. «Acoso», lo llamaban. Algunos juzgados abrieron causas contra sus principales líderes que más tarde se cerrarían, y los arrestos e incautaciones en las sedes del partido secesionista se sucedieron. Cabalgando en una nube ilusoria, Bossi llegó a instalarse, para presidir el gobierno de ficción, en un apartamento alquilado. Pero enm realidad, Roma nunca se tomó demasiado en serio la secesión padana. Al no existir, jamás pudo suspender la autonomía de aquella pandilla de zumbados que, con el paso del tiempo y los delitos de sus dirigentes, emprendieron el camino de vuelta, del secesionismo al federalismo.

Los amigos independentistas catalanes de la Lega Nord, Puigdemont y compañía, que auparon su república imaginaria usurpando las instituciones democraticas españolas, no fueron capaces de llevar el simbolismo declarativo que confesaba Carme Forcadell en el Supremo al hecho teatralizante de arriar una bandera e izar otra, aunque sólo fuera por dos horas. La escenografía en Venecia en 1996 fue mejor que la de Barcelona en 2017. Hay que reconocerlo€