Las constituciones se desgastan, más o menos igual que los cuerpos, y una con cuarenta años de vida laboral nunca podrá ser lo que fue. Por eso, tan estúpido como llamar al sistema nacido en España hace casi cuatro décadas el búnker del 78, es pensar que con tantos años encima pueda aguantar mucho más sin cambios verdaderos. También es una estulticia llamar a la que está en vigor «la Constitución de los muertos», pero sería bueno que la gente que hoy es joven se sienta coautora. Como ya se ha repetido aquí, los cambios deberían afectar a bastantes cosas pendientes de reformas a fondo, no sólo al modelo territorial. Las que afecten a éste quedarían embebidas dentro del conjunto de esa gran movida política, evitando que monopolicen la escena. Si los partidos que se llaman a si mismos constitucionalistas no se enteran se acabará pudriendo. Vayan despacio, pero empiecen ya, por favor.