Hay gente que vive en los pisos altos de los rascacielos porque allí no llegan los mosquitos. De hecho, cuando vas a Miami, en la agencia de viajes te recomiendan hoteles de más de diez alturas.

-Y no acepte usted ninguna habitación por debajo del piso 15- añaden.

Es lo que hice yo: instalarme en esos niveles para abrir sin miedo las ventanas, que solo resultaron practicables parcialmente. La obsesión por los suicidios está convirtiendo a los hoteles en cajas fuertes de cristal. Pero en el mío al menos se podían abrir un poco, de manera que el calor de la calle aliviara el frío provocado por el aire acondicionado, que funciona las 24 horas del día los 365 días del año. Miami es el centro mundial de producción del aire acondicionado. Desde allí se distribuye al resto del universo por conductos que conectan misteriosamente las ciudades más alejadas entre sí.

Dormí con la ventana abierta, pues, en el lado de la cama más cercano a la ventana, y a media noche me despertó el zumbido clásico de un mosquito sobrevolando mi pabellón auricular. Espantado, encendí la luz, me puse las gafas y descubrí, posado sobre la pared blanca, al insecto. No deberías estar aquí, le dije mentalmente, nos encontramos en el piso número quince, lo que viene a ser como si yo me hallara a 8.000 metro de altura: me faltaría el oxígeno. Como el animal no me respondiera, y pese a la empatía que me producen estos bichos capaces de sobrevivir a una catástrofe nuclear, cogí la zapatilla del hotel, me acerqué con movimientos felinos y lo maté de un solo golpe, dejando sobre la pared una mancha de sangre, pues me había picado ya, en la mejilla, empecé a notarlo enseguida. Me apliqué una crema hidratante, cerré la ventana y volví a la cama.

Al día siguiente, cuando bajaba a desayunar, tropecé en el pasillo con la gobernanta y le conté el caso.

-Me habían asegurado -le dije- que los mosquitos no son capaces de llegar más arriba del décimo piso.

-Por sus propios medios, no -respondió-, pero muchos suben en el ascensor.

La información me produjo una perplejidad de la que aún no me he recuperado. Mientras desayunaba, me picó otro.