En el fútbol y en la política, vales tanto como tu último resultado. La brusca transformación del conflicto permanente entre las españas centrípeta y centrífuga en un Madrid-Barça ha beneficiado a la industria del espectáculo, a riesgo de entregar el desenlace a los hooligans de ambos bandos. La desdichada frase futbolística que exige «ganar por lo civil o por lo criminal» se ha trasladado a la crisis catalana, con medidas carcelarias para amarrar el resultado.

El juego sucio imperante no exime de proclamar un vencedor. El Madrid, por goleada. A la espera del partido de vuelta en las elecciones del 21D, la última edición del encuentro político entre madridistas y barcelonistas se ha saldado con victoria de los primeros. Por supuesto, todo lector avisado recela de un veredicto procedente del interior, manchado de proximidad.

Habrá que citar por tanto la crónica deportiva del ultraliberal Financial Times, simpatizante del independentismo y de cualquier proceso que ponga en peligro a la Unión Europea. De ahí que tenga especial valor el arbitraje de Michael Stothard, una de las figuras de la cobertura exterior de la crisis junto a Raphael Minder en el New York Times. El periódico londinense de propiedad japonesa sentencia que «Madrid temía que los separatistas tomaran la calle para intentar la creación de un Estado por la fuerza. En cambio, la capitulación de las instituciones catalanas fue inmediata».

Goleada madridista, por tanto. Aunque el resultado previo no define el posterior, y el catalanismo ostente la condición de favorito en las elecciones de diciembre, el PP ya ha cubierto algunos de sus objetivos. Su táctica ha sido destructiva pero eficiente. Si quieres disimular el árbol que pretendes cortar, tala un bosque entero. En concreto, exacerbar la independencia de Cataluña ha permitido neutralizar la corrupción de los populares, que empezaba a ser muy dañina para sus expectativas porque se había disparado entre las preocupaciones ciudadanas.

Un experimento permite calibrar el éxito de este recurso al embozo de la corrupción. Si se suprime el titular dominante en los periódicos o telediarios durante el último medio año, se observa que Cataluña hubiera tenido que ser sustituida por los escándalos cotidianos de corrupción. De hecho, el intervalo entre el choque anterior y el prepartido de la campaña electoral está siendo demoledor para el PP, procesado al completo por aporrear ordenadores.

El segundo objetivo de Rajoy no decaía en ambición frente al primero. El «acontecimiento histórico en el planeta», por citar a la añorada Leire Pajín, había sido en 2017 la resurrección de Pedro Sánchez. Contra todo pronóstico, el candidato de los militantes de a pie recuperaba la secretaría general de la que había sido desalojado a palos. La aureola de los vencedores le había adjudicado la semblanza de un discurso redentor. Las encuestas medían una aproximación del PSOE al PP, con voluntad de empate técnico.

Era imprescindible un tratamiento de shock, y la crisis catalana ha reducido a su auténtica estatura a un balbuceante Sánchez. Cuando se examinen los restos del naufragio, el harakiri del socialista se fechará en la noche de la jornada del referéndum de independencia. En lugar de reclamar unas elecciones generales que hubieran anulado la dinámica Madrid-Barça, al secretario general del PSOE solo le faltó pedir el voto para M. Rajoy. La presentación y retirada de la reprobación de Soraya Sáenz de Santamaría por los excesos policiales no solo entrará en los anales de los grandes ridículos políticos, también se abrirá un hueco en la historia universal de la infamia.

La victoria no es la única recompensa, ni siquiera la mayor. La crisis catalana ha supuesto la piedra filosofal para acariciar una mayoría absoluta de PP y Ciudadanos, aunque los populares se han excedido en las dosis y se arriesgan a dejarse superar por el partido a su derecha. No puede ser casualidad que la carga conservadora, contra las autonomías en general, haya coincidido con el momento de menor representación del partido de Rajoy en dichas regiones. Una vez más, la sorpresa es la colaboración del PSOE en la ruina de comunidades que gobierna, todas ellas perversas y adoctrinadoras.

Tampoco es desdeñable la erosión que el contorsionismo en el Madrid-Barça ha causado en el prestigio de jueces, fiscales y policías. El PP no castiga aquí solo a quienes desde esas instituciones tuvieron la osadía de investigarle. También los desacredita en previsibles nuevos casos de corrupción.