Lo dijo un ingeniero en una reciente rueda de prensa y yo lo suscribo: en las altas esferas de decisión política ha calado la idea de que Málaga ha recibido tantas infraestructuras en los últimos veinte años que la deuda histórica con la provincia más dinámica de Andalucía está saldada con creces. Cierto es que en las últimas dos décadas hemos visto cómo se peatonalizaron calle Larios y la plaza de la Constitución; llegaron el CAC, el Museo Picasso y el Thyssen; se hizo la segunda pista del aeropuerto, se empezó y puso en servicio parte del metro y se conectó la ciudad con Madrid por AVE, se ejecutó el soterramiento de la A7 a su paso por San Pedro Alcántara y hay interesantes proyectos hoteleros encima de la mesa. Todo eso es innegable, pero la provincia tiene vacíos tan evidentes que a cualquier persona avisada le espanta que parte de nuestra clase política crea que el saldo sale a favor: por ejemplo, seguimos sin tener culminado el saneamiento integral de la Costa del Sol, el río Guadalmedina sigue siendo una cicatriz insoportable que no termina de integrarse en la ciudad y que parece de difícil resolución y el tren no llega a Marbella, un proyecto básico para el bienestar económico y turístico de una provincia que, no lo olvidemos, continúa viviendo de sus playas y de su clima, por más que le pese a algunos. Ya de paso, también estaría bien preguntarse qué oscuros intereses hay sobre la mesa para que no se haga algo ya con los Baños del Carmen y se ataque a quienes, de momento, han convertido a este rincón tan querido por los malagueños en un punto de atracción hostelero y cultural de primer orden. Estos días, en relación al debate sobre la Torre del Puerto con inversión catarí y diseño del arquitecto José Seguí, escuché que la Academia Malagueña de Ciencias propuso volver a plantearse la necesidad de hacer un auditorio. No sé si el sitio debe ser el dique de Levante, pero parece un buen reto tratar de ejecutar, en otra zona del Puerto, una infraestructura capaz de acoger montajes operísticos de primer nivel, algo que a su vez generaría un importante movimiento económico gracias al alto poder adquisitivo de los aficionados al bel canto. Hay otros hitos: dotar a la ciudad de una infraestructura hotelera capaz de dar respuesta a congresistas y conferenciantes de primer nivel y continuar la senda cultural con nuevos museos como el que podría dar salida a la valiosa colección de cuadros propiedad del municipio que hoy no se pueden ver. Algo ha cambiado definitivamente en Málaga: de municipio anclado en la desidia permanente se ha pasado a ser una ciudad pujante citada en los medios internacionales de mayor prestigio. Ese crecimiento ha generado algunos problemas, claro está, pero Málaga ha de seguir siendo ambiciosa si no quiere morir de éxito.