El otro día Pablo Iglesias hizo una disquisición sobre las naciones que en España hay. Cuántas, de qué tipo, de qué categoría y pelaje. Uf. En este país, cuando un político se aburre se pone a contar naciones. Y cuando un articulista se cabrea emplea el término «en este país» como preámbulo al desfogue. No es el caso.

A algunos políticos les sale solo una, una nación, la catalana por ejemplo. A otros solo le sale la española, hay quienes prefieren que haya dos, otros son partidarios de tres o cuatro. A mí me gusta más contar raciones que naciones. Lo bueno de esto es que se enriquece el lenguaje. Aunque sea con engendros. Un engendro: realidad nacional. Otro: nacionalidades históricas. Otro más: plurinacional.

España es un proyecto atractivo al que su diversidad bendita debería darle potencia pero sólo le da ensimismamiento. Las energías gastadas en qué somos podrían emplearse en crear clubes de filatelia, empleo, energías alternativas, carriles bici, autopistas, hospitales o escuelas. Los nacionalistas han conseguido meter en la agenda pública y política el qué somos, cuando eso debería pertenecer a lo íntimo, igual que el sentimiento religioso. León fue país y reino. Yo qué sé. Por ejemplo. A Andalucía hay analfabetos que le niegan una gran personalidad. Qué cada cual piense lo que quiera pero por favor, no intentemos que nuestro propio conteo o censo de naciones se eleve a categoría y ley y decreto.

Otra cosa: sentirse de dos naciones no es incompatible. Parece que ser muy español y a la vez muy catalán es pecado. Es como si uno no pudiera sentirse muy de su barrio y por ende muy de ciudad. Si este artículo no le está resultando muy nutritivo siempre puede pensar que no está perdiendo el tiempo, dado que hemos empleado la palabra «ende», que seguro que usted la tenía olvidada, en el baúl de las palabras, en el desván tal vez. Arramblada o arrumbada como una moto vieja con el sillón destrozado y una rueda pinchada. Por ende.

La clasificación de Iglesias contenía «naciones, sentimientos populares y regiones históricas». Hay que joderse. Le va a decir él a un murciano si ha nacido en un sentimiento. O a un canario si es una nación o no. O a un riojano cuál es su patria. Los andaluces nos tememos que nos clasifique en lo de sentimiento popular, que ya eso de popular no sé si es que nos ve con las castañuelas y las bulerías. Ole. A mí, si me tiene que ver que me vea con la copa de manzanilla y unas gambas de Sanlúcar, pero también dando el callo diez horas al día si hace falta y con una entreverada ascendencia, bendita mezcla, que incluye familiares ceutíes, andaluces, catalanes, cartageneros, valencianos y abulenses.

Cuando no sé de dónde soy me echo una siesta. En Málaga a ser posible. Cuando no sé qué soy me doy una vuelta por el mundo. Buena medicina contra el paletismo. Hay quien sólo viaja a Bélgica. El peligro entonces es caer en una dieta de cerveza y chocolate y que se te ensanche el cuerpo y entonces te quepan aún más ideas supremacistas, excluyentes y golpistas. Si de contar naciones ad nauseam se trata, que apunten mis zapatos. Y eso no excluye sentirse de otras muchas también. La nación contradicción, por ejemplo. Que tiene millones de censados sin saberlo.