Pues eso. Que así, de repente, sin saber muy bien cómo se inició esta serie de catastróficas desdichas, me vi paseando por el centro de Málaga con el engorroso encargo de comprar ropa interior femenina. Y es que claro, no es lo mismo ir con la interesada y opinar alegremente que asumir uno mismo la victoria o el fracaso de una elección de tinte tan íntimo. Y en esas iba yo, maldiciendo y murmurando entre dientes cuando, a la altura de la Plaza de la Constitución, tuve la suerte de toparme con mi compadre, el impertérrito Juan Escribano. Después de saludarle e intercambiar las iniciáticas frases de cortesía le trasladé mis dolencias. Su primera mirada ya me dio a entender que se hacía perfectamente cargo del marrón. Y no me permitió caer. Apaciguándome con un par de palmadas en el hombro, Escribano tomó la iniciativa, le quitó hierro al asunto y tuvo a bien brindarme su ayuda. Para empezar, yo no sabía ni tan siquiera hacia dónde dirigir mis pasos pero, por lo visto, no iba mal encaminado. Antes de seguir hablando, Escribano se quitó su gorra de cuadros, se pasó la mano por la amplia frente y templó los archivos mentales de sus infinitos conocimientos. Por lo visto, lo aleatorio de mi ruta no había caído en saco roto puesto que, como me dijo, la calle Larios se estaba convirtiendo, poco a poco, en la calle de las bragas. Y si bien mi primera reacción ante semejante apelativo fue más bien de extrañeza, acto seguido no tuve más remedio que agachar las orejas cuando mi compadre me hizo ver que, en esa breve arteria malagueña donde todo acontece, subsisten Women’Secret, Etam, Intimissimi, Oysho, Calzedonia y, próximamente, Tezenis y Victoria’s Secret. Todo ello, ni que decir tiene, en una armónica guerra fría de competencia y estilos contrarios, pares y extremos. Yo le vine a aclarar que lo mismo me daba una tienda que otra y que, si le parecía bien acompañarme, la primera con la que nos topáramos iría más que bien. Fue en ese mismo instante cuando, jurando en nombre de todos los dioses antiguos y los nuevos, Escribano se llevó las manos a la cabeza y me hizo prometer que eso que yo le estaba diciendo procurara no volver a decirlo nunca más delante de nadie si no quería quedar en ridículo. Que semejante tropelía no era digna de mí y que hasta el más común de los mortales era capaz de distinguir las diferencias de lo que a mí me parecía lo mismo. Y es que, por lo visto, si Victoria’s Secret destacaba por las altas cotas de opulencia y glamour en sus encajes y desfiles celestes, Etam, por otro lado, no era tan de disfraz sino que bebía de unos aires más afrancesados (más a lo Carla Bruni, pensé yo) que hacían de la prenda interior más una prenda interior que un conjunto de pasarela. Aunque si lo que yo quería era algo más original o atrevido, el soplo italiano lo aportaba, sin lugar a duda, Intimissimi. Las demás casas, Oysho, Women’Secret y Calzedonia, a mayor abundamiento y variantes, me dijo Escribano, también abarcaban con mayor extensión el amplio mundo de las medias, los bikinis y los pijamas. Aturdido como me vi y aturdido como me vio, mi buen samaritano quiso concretar el objeto de mi empresa para delimitar el establecimiento. Lanzándose al barro, me preguntó si yo buscaba unas bragas de tipo clásico, bikini, brasileñas, tanga o culotte. Aquella inesperada clasificación de vanguardia acabó por desconcertarme. Aunque la tarde era fría comencé a notar que sudaba. Tartamudeando, le respondí a mi compadre que yo no necesitaba más que un par de medias. Escribano contraatacó preguntando si las quería de rejilla, con encaje, sin encaje, mate, con brillo, transparentes, opacas, con puntera o sin puntera. A partir de aquel instante, ya sólo recuerdo una vaga sensación de desvanecimiento, un cúmulo de imágenes nublando mi consciencia ante la certeza del inminente desmayo y los rostros de varios viandantes que, junto a Juan Escribano, me sujetaban la cabeza y me levantaban las piernas al tiempo en que la angélica mirada de Candice Swanepoel, desde el gigantesco cartel de próxima apertura, dulcificaba mi lencérico soponcio en la calle de las bragas.