Los que confían en el cambio constitucional como la solución para otro encaje de Cataluña en España que haga dar marcha atrás a los independentistas tienen que saber también que no hay nada que garantice que el acuerdo para reformar la Carta Magna sea posible y evite la voluntad de secesión. Sí, en cambio, parece improbable que ese acuerdo obtenga un mayor apoyo electoral que la Constitución del 78. Entonces, en unas circunstancias especiales, no resultó fácil el equilibrio político para sacar adelante el modelo autonómico, que con el tiempo ha evidenciado goteras por culpa de la dejadez y una manga excesivamente ancha del Estado para otorgar competencias a comunidades que en determinados casos no han hecho más que actuar con probada deslealtad. El Estado confederal es la segunda tentativa en el horizonte independentista que aplauden los populistas de extrema izquierda para abrirle el paso a las naciones catalana, vasca y gallega, y a otras que en el futuro se quieran sumar. Se trata de una forma asimétrica e insolidaria de permanecer en España, en la que cada territorio elegiría el paquete que más le conviene, disfrutando de los derechos y olvidándose de financiar las grandes obligaciones. Ceder ante una hipótesis así sería peor que facilitar la propia independencia de Cataluña, ya que supondría el final definitivo de la nación española. El peligro no está en la minoría que aspira a ello sino en la determinación por conseguirlo, la historia está llena de casos. No hay nada que sustituya la determinación, decía Calvin Coolidge, presidente de Estados Unidos entre 1923 y 1929. «El talento no lo hará; nada es más común que los desafortunados hombres de talento. La educación tampoco; el mundo está lleno de negligentes educados. La persistencia y la determinación lo pueden todo». Sobremanera si en el llamado bloque constitucional cunde el desánimo o el tacticismo. Coolidge era un hombre de muy pocas palabras pero casi siempre certeras.