La niebla y el humo se confunden, de ahí la recomendación de Granados a Marjaliza de que quemara los papeles un día de niebla.

-Por si el helicóptero de la Guardia Civil -añadió.

Granados conocía su oficio, fuese cual fuese, lo que siempre provoca admiración. Por un momento, viendo el telediario, olvidé que me hallaba ante un presunto delincuente. Un día de niebla, no se lo pierdan. ¿De dónde lo habría sacado? Ni a usted ni a mí, en el caso de vernos obligados a destruir papeles comprometedores, se nos habría ocurrido una solución tan imaginativa. De ahí también la verosimilitud del testimonio de Marjaliza. Nadie puede inventarse que le han dicho eso si no se lo han dicho. Hay ocasiones en las que la realidad, para ser creíble, debe comportarse como una ficción. Y tal es el caso. Creímos a Marjaliza porque nos contó una novela. La niebla.

Nada que ver esta sutileza con la grosería con la que en Génova 13 se destruyeron los discos duros de Bárcenas. A martillazos, rayándolos con un destornillador. Por Dios, qué clase de delincuencia es esa. Granados, en medio de toda esa barbarie, parece un príncipe (de las ti-nieblas, eso sí). También sale favorecido si lo comparamos con Ignacio González, que en el mismo telediario recomendaba a alguien que abriera un puti-club para sacar adelante un hotel con problemas. Las conversaciones de este señor con Zaplana nos obligan a preguntarnos por el sentido de la vida y por el olfato. ¿Cómo los electores no olimos la peste moral que despedían estos individuos que durante años y años fueron votados por ciudadanos libres? ¿Qué sentido tiene la vida si estamos condenados a confundirnos de ese modo?

No habíamos salido de la resaca del asunto catalán, cuando regresó la corrupción del PP. En el entreacto, Gabriel Rufián montó otro número en el Congreso y tuvimos que explicar a Bruselas que nuestras cárceles están homologadas. Mucha tristeza añadida al paro, a la precariedad, a la caída del poder adquisitivo de las pensiones, a la falta de horizonte de nuestros jóvenes. Mucho malestar, en fin, apenas aliviado por un detalle técnico: el de la niebla de Granados. Por fin alguien que hace bien lo malo. Alguien que conoce su oficio. De momento.