Corría el año 1968. La losa del franquismo empezaba a agrietarse pero aún pesaba mucho. Demasiado. Un joven cantautor, Joan Manuel Serrat, había sido elegido para representar a España en el festival de Eurovisión con una canción de sonoro título, La la la, compuesto por el entonces efervescente Dúo Dinámico. Incluso ya había grabaciones. Pero surgió un problema: Serrat quería cantar parte del tema en catalán. En 1968. Ante toda Europa. Con Franco aún vivito y dictando a su antojo. Serrat se quedó fuera. Serrat, hombre de incuestionables convicciones progresistas y catalán hasta la médula, sacrificaba el espaldarazo profesional del festival (aún no era la convención anual de frikis y aliens musicales que es ahora) por intentar ser un altavoz de una lengua que, es obvio decirlo, no gozaba precisamente de protección oficial ni reconocimiento político.

Pues bien. A ese hombre que en el principio de su carrera le dio por desafiar al mismísimo régimen fascista y poner como condición una pequeña pero significativa defensa de la cultura catalana, a ese hombre que ha dado muestras sobradas de honestidad y coherencia, a ese hombre del Mediterráneo tranquilo y tolerante le llovieron en plena histeria del procès chuzos de punta por no situarse al lado de las posiciones independentistas. Hubo, incluso, cafres ignorantes y venenosos que le llamaron fascista. A él. A Serrat. A nuestro Joan Manuel. Pero sus insultos solo sirvieron para retratar lo más detestable, sectario y tóxico de quienes participaron en la conjura de los necios.

Ahora, Serrat, que no tiene un pelo de tonto, ha vuelto a la palestra con un dardo sutil y casi burlón: la publicación de una carta dirigida al presidente del Barcelona (ese club que mezcla churras políticas con merinas deportivas con una alegría y desfachatez asombrosas) para recordarle que en pocas semanas Messi podrá firmar por cualquier otro club. Y que, a día de hoy, la renovación aún no ha sido refrendada por la indispensable foto de la firma del contrato. Serrat se convertía, así y sin broncas, en portavoz de una teoría que lleva mucho tiempo circulando por los mentideros futbolísticos: que la Pulga, que el jugador de mayor talento del fútbol internacional (con y sin permiso de un Cristiano Ronaldo en caída libre), no está dispuesto a quedarse fuera de la gran Liga española en el caso de que la deriva independentista llegara a tener éxito. Que no cambia enfrentarse al Madrid por pelear con el Nastic y el Sabadell, vaya. Y que por eso no se ha hecho la famoso foto, que por eso no firma, que por eso tiene en un sin vivir a los culés. Alguien dijo que si Messi anunciaba públicamente que dejaría el Barça en caso de independencia, no habría hecho falta el 155. Porque se rumoreaba que cuando se planteó que el club no jugara frente a Las Palmas el aciago día del no-referéndum, fue Messi quien puso las pelotas encima de la mesa y dijo que se jugaba sí o sí, que él no iba a perder tres puntos en los despachos por culpa de unos calenturientos independentistas. Cierto o no, la realidad es que se jugó. A puerta vacía, pero se jugó.

Con su mensaje, Serrat puso negro sobre blanco las sospechas y temores de los aficionados. El presidente del club se apresuró a llamarle para decirle que tranquilo, Joan, que todo está firmado desde junio (por poderes, dicen algunos), que Messi ya cobra su sueldo con las nuevas condiciones. El entrenador, Valverde, quita importancia a la foto, pero jugadores como Rakitic no lo ven nada claro: «No puedo asegurar al cien por cien que Messi se quedará». Puede que Serrat se haya quedado tranquilo con las palabras del presidente (demostraría una entrañable ingenuidad si se creyera lo que dice un dirigente deportivo) pero el runrún sigue ahí. ¿Estará el jugador esperando a ver qué pasa el 21-D? ¿Estará dando largas para tener claro que la independencia, como así parece, dejará de ser una amenaza durante bastantes más años de los que le quedan a él de carrera? Messi, como siempre, calla. ¿A quién otorga? La duda corroe a muchos el pensamiento. Pero siempre nos quedará Serrat, aquel que dijo aquello de «prefiero los caminos a las fronteras». Que bonic, Joan Manuel. Seguro que Messi lo tararea contigo.