Alucinante resulta saber que Ramón y Cajal combatió científicamente a los catalanes que pretendían demostrar que su cerebro era superior al del resto de los españoles. Da pena recordar la chaladura del RH negativo vasco, aquello que pusieron de moda los que pretendían justificar la identidad de quienes provenían de algún pueblo puro e indoeuropeo en Euskadi. Se apoyaban en el teórico del nacionalismo Sabino Arana y el eco que dejaron los estudios del siglo XIX sobre la raza, los rasgos faciales, la forma del cráneo y las diferencias en el cerebro humano en la recámara, siempre como argumentos a sumar al secesionismo en los años del plomo etarra. Los laboriosos médicos del nazismo también se basaron en aquellas estupideces para probar sus escalofriantes investigaciones con prisioneros judíos, gitanos e incluso algunos españoles republicanos que les combatieron. Y el propio Hitler para explicar por qué el buen alemán era de raza superior.

«La raza catalana»

Una aterradora exposición en Madrid sobre Auschwitz da pie al infausto recuerdo. Y respecto a la bonita crónica en la que se habla de cómo combatió Cajal al que fuera nombrado alcalde de Barcelona en 1899, Bartolomé Robert, médico y separatista, la firmaba Manuel Ansede en El País. En La Vanguardia del 15 de marzo de 1899 se puede leer parte del discurso de aquel señor, titulado «La raza catalana», en el que «demostró», con una convicción que me resulta difícil contextualizar para no ser injusto, la inferioridad de quienes pertenecemos a regiones distintas de Cataluña en base a una menor forma ovalada de sus cerebros. Lo dejamos aquí, porque si no la cita a la crónica de un compañero sería en realidad un plagio. Pero resulta oportuno saber estas cosas cuando Junqueras y compañía están dispuestos a vender que todo vale ante los suyos para dejar de estar en prisión preventiva (una prisión que, por otro lado, no es para alegrarse ni interesa a nadie). Meter goles con la mano es justo si lo hace tu equipo, ya saben.

Cajal

Es de agradecer que se haya devuelto el nombre de Cajal a la palestra por varias razones. Primero, porque al revisitar su vida resulta más fácil comprender aquel duro y apasionante tramo de la Historia de España. Segundo, porque su vida merece una gran novela y una gran película aún inéditas. Tercero, porque la serie en la que le encarnó el inolvidable Adolfo Marsillach merece mucho ser reprogramada. Y cuarto, por la necesidad de poner el foco mediático -tan proclive a alumbrar tonterías en nuestros días- en su feroz honestidad. Porque resulta difícil reírse de quien consiguió alzarse con el Premio Nobel de 1906 en Fisiología y Medicina en circunstancias tan adversas (a propósito, aunque fue profesor en la facultad de Medicina de Barcelona durante años, en Cataluña se le reivindica poco).

Anticorrupción histórica

Prueba de la honradez ejemplar de Cajal son algunos episodios vitales. Cuando le propusieron hacerse con el ministerio de Sanidad no lo aceptó; sin embargo, no rechazó ser senador vitalicio porque era un cargo que no tenía sueldo alguno. Tampoco rechazó ser director del Laboratorio de Investigaciones Biológicas, pero pidió que le bajaran el salario anual de diez mil pesetas de entonces a seis mil, considerando que era un coste excesivo para el Estado. Y siendo presidente de la llamada Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, consideró que era el momento de que su hijo Jorge marchara al extranjero para ampliar su horizonte como investigador. Cajal no le becó, aunque hubiese sido lo lógico. Queda constancia documental de que, cuando le preguntaron por qué no le concedió la beca a su propio hijo, Cajal contestó que por eso mismo: «por ser mi hijo». Y ahora, si quieren, sigamos hablando de lo inevitable que resulta la corrupción.

Navidad iluminada

En Málaga ya luce el cacharrerío luminoso en su principal calle Larios. Hubo un tiempo en que la Navidad era un aquello que no era esto. Pero también había otras cosas que ahora han mejorado. Por tanto, sin caer preso de melancolías que deformen los argumentos, uno se rinde ante la evidencia de que la iluminación navideña hace las delicias de malagueños y visitantes. Aunque uno siga prefiriendo una Navidad más luminosa, pero menos iluminada.

25 aniversario del PTA

El PTA ha cumplido 25 años. Aunque se llamó Parque Tecnológico de Andalucía, hay otros nueve parques en la comunidad, como recordó la presidenta de la Junta, Susana Díaz, en lo más divertido del acto de aniversario en el Palacio de Ferias malagueño: las alusivas intervenciones de la presidenta y del alcalde De la Torre. Quizá por esa tensión de apretar la sonrisa, Susana Díaz, tras loar al PTA, dijo cuando afirmaba que los parques tecnológicos han contribuido a la riqueza de Andalucía: «éste también». Rechazo el uso del populismo localista. Pero, ya que no puso antes el punto y aparte, debió decir: «sobre todo éste». Porque hoy es sábado...