La concejala de Festejos y Servicios Operativos ha conmocionado nuestros conocimientos de Historia del Arte. Según ha expresado, la iluminación navideña de calle Larios está inspirada en la Catedral de Málaga, con sus «cúpulas ojivales» y sus «rosetones».

Desconcertado, camino hacia calle Cister y recorro el perímetro del templo renacentista: veo muchos arcos de medio punto pero ninguno ojival. Como mucho, observo un carpanel en la portada del Sagrario, ¡incluso un conopial! Pero ojivales, no. Y denominar rosetones a los óculos de sus ventanales me parece excesivamente optimista.Debe de existir alguna razón diferente en ese símil forzado. ¿Se tratará tal vez de una maniobra del Obispado encaminada a registrar a su nombre nuestra principal vía comercial, invocando su incipiente carácter catedralicio, tan crecidos como están después de hacer lo propio con los jardines de calle Cañón? Me parecería excesivo, veo fantasmas donde no los hay. O tal vez sí, podría ser el espíritu de Scrooge, que me suele visitar por estas fechas.

Finalmente lo veo claro: es una inocentada en toda regla. Hacer desaparecer nada menos que la calle Larios completa. Una radical operación de camuflaje que habría provocado el asombro y la envidia de aquellos arquitectos rusos que, en 1941, intentaron enmascarar Moscú para volverla invisible a los aviadores alemanes, pintando y construyendo estructuras postizas en plazas y edificios distintivos.

Volatilizar una ciudad, esconderla tras una tramoya ficticia para inventar sobre ella otra de la nada: el ejercicio de prestidigitación supremo. Pero a mí, tan aguafiestas como siempre, me gustaba más la de antes.