Cuesta cada vez más trabajo distinguir en las cosas, pues entre los males del momento está el de reducirlas a un sí o un no, un blanco o un negro, y siempre acompañando la opinión de un enfático dictamen moral. En esa concepción binaria y reductora del mundo y de la vida no suele permitirse matizar, ni valorar los hechos, o a las personas, bajo diversos aspectos o categorías. Debo decir que el suicidio del criminal de guerra Slobodan Praljak me ha parecido un gesto de dignidad, y que la escena que ha protagonizado, sin intentar siquiera dominar el horror que, en su última mirada, proclaman sus ojos, merece todo respeto. Seguramente creía en su inocencia, o en la existencia de valores que están por encima de las vidas humanas, y aunque esto redobla la justicia de su condena (de la que no dudo en absoluto), no es menos cierto que dio con la propia vida testimonio de esa bárbara fe.