No puedo evitarlo, quizá sea que me estoy haciendo mayor. Las diferentes estéticas que nos presenta la navidad civil (ésa que comienza a asomar la patita desde el mes de noviembre) producen en mí sensaciones encontradas, me crean conflicto. Divergencia, si lo prefieren. La sobreabundancia de los escaparates callejeros y los espectáculos de luz y sonido me trasladan, irremediablemente, a las realidades menos iluminadas socialmente. ¿Se acerca el invierno? No, ya ha llegado. Los termómetros no engañan y las bajas temperaturas cantan. Sobre todo en Málaga, donde se está familiarizado con el entretiempo. Y si hace frío aquí, imagínense en la cárcel de Archidona. Curiosamente, casi todas las resoluciones judiciales que, con fundamento en su situación irregular, han autorizado en estos días el internamiento en dicho centro de más de medio millar de inmigrantes no mencionan su carácter penitenciario. ¿Será quizá, malpensando, para encubrir, al menos literalmente, lo que viene a ser una vulneración expresa de lo dispuesto por la Ley de Extranjería y el Tribunal Constitucional? Oigan, que no lo digo yo ni ningún majarón de los mentideros. Así se pronuncian decenas de oenegés, entre ellas Málaga Acoge, sindicatos de abogados e incluso el mismísimo Vaticano que, en este sentido, ha respaldado una denuncia de Cáritas ante el Defensor del Pueblo. El ministro Zoido podrá decir misa e insistir en que aquel recinto carcelario es una «infraestructura a estrenar» y que tiene «infinitamente mejores condiciones» que cualquier otro CIE de España. Y yo no digo que no, puede que lleve razón el ministro, al menos arquitectónicamente hablando. Pero más allá de la calidad de los muros del enclave, lo que también es cierto es que Fernández Marugán, Defensor del Pueblo en funciones, ha puesto de manifiesto que las numerosas carencias detectadas en Archidona no permiten considerar que el trato adoptado con los más desarraigados y desfavorecidos de nuestro tiempo sea ni tan siquiera similar al que debe prestarse en los centros de internamiento. Y así, el Alto Comisionado refiere, entre otras tropelías, la falta de una suficiente atención sanitaria, que los internos permanecen en el patio desde el desayuno hasta la cena, que no pueden pasar libremente y por falta de habilitación ni a los baños ni al resto de zonas comunes, que las visitas de los familiares se llevan a cabo en locutorios cerrados y a través de un sistema de comunicación que no garantiza la privacidad y que los encargados de la gestión directa con los inmigrantes en cautiverio no son otros que miembros de la Unidad de Intervención Policial (U.I.P), es decir, hablando en plata, antidisturbios. Durante estos días de luces y espectáculo, también se ha hablado de frío, de falta de agua corriente y mudas interiores, de internos en chancletas, de orinar en botellas de plástico, de muñecas atadas mediante bridas y de retención de teléfonos móviles. En fin, el tema es, háganme el favor, consiéntanme al menos este mínimo, para pararse a reflexionar. Qué quieren que les diga. Me cuesta entender cómo los engranajes del Ministerio del Interior no han podido dar con otras alternativas de habilitación no sólo más respetuosas con la legalidad y la dignidad de los que bastante desgracia tienen con tomar la decisión de atravesar el Estrecho, sino también más acordes con nuestros principios, los principios de una nación que presume y se jacta de fundamentarse sobre un sistema inmutable de derechos y libertades públicas ajeno a las inmundicias de cualquier república bananera. La incapacidad política frente a estas situaciones no puede disculparse. Y ello porque si bien es cierto que el drama de la inmigración debe también atajarse desde los países de origen, no es menos obvio, y así hay que entenderlo y asumirlo, que nosotros somos la puerta de Europa y, precisamente por ello, la sensibilidad frente a esta desdicha ha de ser mucho más empática, las respuestas más inmediatas, los medios más adecuados, los profesionales más preparados y la solidaridad más patente. No sé si llevo razón, o quizá esté desvariando. Quién sabe, puede que haya cosas, realidades, posturas o alternativas que yo no alcance a ver. Pero si estoy errando, si me estoy equivocando al pronunciarme y posicionarme, prefiero que sea, al menos por una sola vez, a favor de los más desfavorecidos de la tierra.