La calle Mercedes Llopart acaba en un descampado. Uno de esos límites invisibles del ensanche malagueño por la zona de El Cónsul. A un lado, la urbanización de seis plantas. El del primero tiene una terracita curiosa y el del ático echa su toldito a media tarde para quedarse tranquilo a su aire. Los bajos comerciales están en su mayoría vacíos. «A ver si se llenan y pagamos menos comunidad», piensa uno de los vecinos. Otro de los vecinos se asoma a la ventana y ve el colegio Félix Revello de Toro. El patio está vacío, donde antes había niños jugando al baloncesto hoy hay un erial. La vida ha desaparecido. «¿Eso es lo que queremos para el barrio?», piensa. Hace meses que comenzó una lucha entre algunos vecinos de la comunidad y el colegio. No quieren escuchar los botes del balón, el silbato del entrenador. La jodienda de los niños en la piscina de la comunidad ya es otra cosa. Molesta menos, porque son los suyos.

Helen Lovejoy, la esposa del reverendo de Springfield, en la serie de animación Los Simpsons nos deja la pregunta para reflexionar: «¿Es que nadie va a pensar en los niños?». Si los chicos no pueden hacer deporte en su colegio porque molestan, ¿qué hacemos con ellos? Málaga ha tenido en sus colegios un pilar básico para el crecimiento de sus barrios. Quejarse de niños que hagan ruido a la hora del recreo o a la hora de las actividades extraescolares es poner puertas al campo.

Eliminar cualquier ruido de los centros educativos supondría una inversión económica que se antoja inabarcable tanto para los centros públicos como para los concertados. Además, ese tiempo de espera hasta la adecuación dejaría huérfanos de actividades a generaciones de deportistas.

*F. J. Cristófol es periodista

@fjcristofol