La cuestión es si merece la pena perder diez minutos en explicarle a la inigualable Marta Rovira que una democracia se sustenta en la separación de poderes, seguramente haría falta más tiempo y así todo no lo entendería. Por lo que deja entrever circula con pocas luces y derrocha sectarismo. El caso es que Rovira ha tildado la decisión del Tribunal Supremo de mantener entre rejas a Junqueras, Forn y los ´Jordis´ como un «intento encubierto de ilegalizar la candidatura» de ERC. Además de una tontería es una falta de respeto al magistrado y a la inteligencia. El deber de un juez, de Llarena o de cualquier otro, consiste precisamente en desentenderse del contexto electoral, y para desgracia de muchos actuar al margen de las conveniencias y la oportunidad del momento político. Por eso ha delimitado el riesgo de violencia dejando a la sombra, por su papel en el procés, a unos cuantos, y ha soltado al resto previo pago de la fianza correspondiente. Si ello cambia el escenario es algo que no le tiene que importar a Llarena como magistrado. Su poder decisorio está en otra órbita que, al parecer, desconoce Rovira cuando acusa al Supremo de «ilegalizar» la candidatura que ella, por cierto, encabeza. Si Oriol Junqueras, Forn y el duo dinámico del independentismo, siguiendo en la trena, benefician con nuevos votos a ERC es algo que no debe perturbar al alto tribunal en su desempeño de la justicia. Si la perjudican, tampoco. Sí, en cambio, debe preocuparle mantener intacta la raya que separa los poderes y hace creíble una democracia. Pero esto tan sencillo Rovira, que habla de fundar una república catalana, no quiere o no le conviene entenderlo. Es así de obtusa o tramposa.