De aquel entonces guardo las canciones y el eco del vértigo que eran los días. Habían comenzado los ochenta y los jóvenes vivíamos en las calles, en los escalones y los bordillos, bajo el mandato de la risa. Teníamos quince años. Por entonces todavía ideábamos el amor, aún no creíamos en el tiempo (para creer en el tiempo es preciso tener pasado y nosotros teníamos sólo un poco de miedo ante el abismo) aquel día que mataron a Lennon. Luego todo se edificó.

Aquella generación, mi generación, más o menos como todas, quería cambiar el mundo. Nosotros haríamos realidad todo eso que Lennon cantó en aquella canción-himno. Imaginábamos que acabaríamos con el cáncer, que viajaríamos en cohetes utilitarios, que erradicaríamos el hambre y la pobreza. Imaginábamos un mundo más justo porque era el que íbamos a hacer nosotros, lo levantaríamos sobre los escombros de todo aquello tan antiguo y tan feo que nos habían legado nuestros mayores. Y míranos ahora. Menuda decepción.

Hoy, que se cumplen 37 años de la muerte de Lennon, sigue haciendo el mismo frío, pero las calles ya no nos parecen tan acogedoras. Ahora nuestra vida circula por grupos de whatsapp y redes sociales y hacemos cuentas sobre si quedara algo en el caldero cuando nos toque jubilarnos, que ya no queda tanto (ni de lo uno ni para lo otro).

Aquel día, el día que mataron a Lennon, sabíamos que iba a gobernar Reagan, pero hubiéramos renegado de nosotros mismos si alguien nos hubiese asegurado que hoy gobernaría Trump, que tuerce la sonrisa para el mismo lado pero con más peligro. No imaginábamos, el día que mataron a Lennon, que al final la vida se nos comería, porque quizás todavía no habíamos leído a Gil de Biedma «Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ -como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante».

Han pasado treinta y siete años, se han recortado las ayudas a la investigación del cáncer y otras enfermedades terribles, el hambre continúa siendo esa inmensa vergüenza que a nadie parece avergonzar y siguen muriendo mujeres a manos de hombres que ni hombres deberían llamarse.

Hoy, 37 años después de aquel 8 de diciembre de 1980 en que Mark David Chapman disparó por la espalda contra John Lennon en la entrada de su casa, todavía queda todo por hacer, incluso por imaginar. No hemos avanzado gran cosa, habrá que reconocerlo. De aquellos días nada más queda su vuelo, la memoria y aquella canción que tarareamos, solo tareamos.