Es lo que le faltaba al Centro de Málaga este otoño: un macropuente con sus cuatro, casi cinco días festivos para hacer rebosar de gente las calles. Desde hace semanas, cuando el fastuoso espectáculo de luz y sonido de la iluminación navideña fue estrenado, atrayendo a cientos y cientos de personas a su cobijo, las calles Larios, Císter, Granada... ¡incluso Alcazabilla! hacen riguroso honor a la segunda acepción del término impracticable de la Real Academia de la Lengua: «Dicho de un camino o de un paraje: Por donde no se puede caminar o no se puede pasar sin mucha dificultad». Habría que repensar este modelo turístico para la temporada invernal, que se considera exitoso según sus artífices, y que colapsa un fin de semana sí y otro también el Centro de Málaga, tanto a pie como al volante; obliga a cerrar al tráfico parte de la Alameda Principal ante el riesgo de que a un poco avispado turista, embelesado con la cúpula lumínica y catedralicia de la más navideña de las calles y más pendiente de la pantalla de su móvil que de por dónde anda, se lo lleve por delante un autobús urbano; y que imposibilita, y al día de ayer me remito sin ir más lejos, moverse con relativa libertad en bicicleta ni tan siquiera por el extrarradio de un Centro que, claramente, no está diseñado para acoger un volumen de gente tan excesivo. Poniéndonos en plan agorero, da miedo pensar qué podría pasar si ocurriese un incidente, un susto, un algo que necesitase de una rápida dispersión de la multitud entre terrazas de dos o tres filas de mesas que siguen queriendo llevar su agosto hasta diciembre. En Madrid, capital podemita, las medidas municipales que más repercusión mediática tienen desde que Carmena se hiciese con la alcaldía son, precisamente, las relativas a la movilidad, tanto por razones de comodidad para los peatones como por cuestiones medioambientales. Medidas como las de fijar como calles de sentido único algunas vías peatonales del centro de la ciudad para facilitar el flujo de los peatones durante una época, la navideña, que se pueden ustedes imaginar cómo se pone Madrid con Papá Noel y los Reyes Magos asomando las barbas en el calendario. En Málaga no es que no se apliquen medidas parecidas, es que directamente se estimula una aglomeración, que impide soñar con un casco histórico en el que comprar, pasear o circular con cierta ligereza. Y puestos a soñar, en una ciudad en la que el deporte local es invadir el carril bici, o saltarse un semáforo, el sueño se convertiría en realidad.