Puigdemont ya no solo quiere independizar a Cataluña de España, sino también de la UE. Y no cuando sea soberana, sino ya, ahora mismo: tal es la indignación que impregna a los catalanes con esta Unión «insensible al atropello de los derechos humanos y democráticos de una parte del territorio».

Insensible, pues, porque los catalanes votaron mientras (a algunos) les daban con la porra, y porque varios de los rectores del procés han acabado en prisión. (Merecidamente, aunque estratégicamente hubiera sido mejor que no entraran.) Insensible por todo eso, pero no por tratar a los refugiados como broza que ni siquiera se barre. O por modificar constituciones y deponer gobernantes para calmar la histeria de los mercados.

Además de ser un cagón, el expresident no tiene memoria. ¿O no era que los catalanes se iban a independizar pero a seguir dentro de la UE para cambiarla? ¿El Cataexit es el nuevo brebaje regenerador? Podría haberlo sido la independencia, porque habría desencadenado movimientos especulares en varias esquinas del bloque. Pero entonces, más que poder regenerador, el crecepelo de Puigdemont habría adquirido potestad disolvente.

Al expresident le valdría más tomárselo con calma. Que se dé por destituido y cobre los 112.00 euros anuales que le corresponden, y que tanto va a necesitar su familia cuando le encarcelen. Y una vez allí, que haga balance, aunque no sea ignaciano, y nos haga un favor a todos independizándose de sí mismo. Aunque le quede sólo medio cerebro. A lo que se ve, con la pérdida de realidad que acusa, le bastaría.