La fulgurante aparición de Podemos en las Elecciones Europeas de 2014 tuvo profundos efectos en la política española. Con un 8% de los votos y cinco diputados, a nadie se le escapaba que este nuevo partido había logrado romper el «techo de cristal» en el que se sustentaba la hegemonía del bipartidismo en España: el hecho de que las alternativas clásicas (Izquierda Unida y algún partido centrista minoritario, en aquel entonces UPyD) nunca podrían disputarles el voto de la mayoría de los españoles; siempre serían comparsas, en eterno estado de debilidad.

Lo interesante del asunto, que algunos no recuerdan, es que Podemos inició su andadura como un intento de forzar primarias abiertas en Izquierda Unida, coalición dominada por la vieja guardia del PCE. Iglesias y los que le apoyaban buscaban acabar con este predominio por la fuerza de la votación del público (la «Gente»), apoyada en la indiscutible popularidad de Iglesias, labrada a través de sus apariciones en televisión.

Fue después, al constatar el enorme éxito de la iniciativa, llevada finalmente a cabo con independencia de Izquierda Unida, cuando en Podemos decidieron ir a por todas: querían quedarse con el voto de IU, pero se encontraron con muchos votantes desencantados del PSOE, e incluso exvotantes de partidos conservadores. La estrategia del errejonismo siempre fue dirigida hacia ese objetivo: buscar la transversalidad ideológica, social e incluso generacional (el talón de Aquiles de Podemos, un «partido de jóvenes» en la misma medida en que el PP se ha convertido en un «partido de viejos») para disputarle al PSOE la hegemonía en el centro izquierda «con una sonrisa».

En cambio, la apuesta de Pablo Iglesias, que salió triunfante frente a los errejonistas en el segundo congreso de Vistalegre (febrero de 2017), se centraba en tensionar el discurso y oponerse con virulencia al PSOE: en ensanchar el espacio de la izquierda tradicionalmente ocupado por Izquierda Unida, en la convicción de que la crisis, la precariedad laboral, y las inconsecuencias del PSOE en las últimas décadas, habían aumentado este terreno de juego.

No sé decirles si este diagnóstico era acertado, aunque sospecho que no. Lo que es seguro es que la estrategia llevada a cabo por Podemos en estos meses no ha funcionado. Una estrategia de pose, de grandes proclamas trascendentales que a menudo suenan ridículas. Y, sobre todo, una estrategia con continuos virajes y cambios de posición para amoldarse a lo que parecía venirles mejor en cada momento.

La cuestión catalana ha acabado por poner de manifiesto estas incongruencias. Frente al independentismo catalán, Podemos mantenía una postura de pretendida equidistancia; algo que nunca es sencillo, pero que, además, les ha generado problemas no sólo en Cataluña, sino en el conjunto de España. Una estrategia que acababa por hacerle el juego al secesionismo catalán y validaba el absurdo discurso independentista de que ellos intentaban romper con España para hacer un favor a los españoles y acabar con el malvado régimen postfranquista del 78 (y no para lo que cabría sospechar: para no redistribuir la riqueza y gastarse lo ahorrado en un Estado propio, sueño -totalmente legítimo, pero desde luego poco «izquierdista» y «solidario con España»- de todo nacionalista).

Ante el desgaste electoral que detectan todas las encuestas (en Cataluña y en el conjunto de España), Iglesias ha dado un nuevo viraje a su estrategia, uno más, y ahora Podemos se presenta como un partido inequívocamente unionista, defensor de lo español. Porque parece claro que bastantes exvotantes han abandonado el partido por su falta de consistencia; de un mensaje claro y comprensible, ajustado a los principios de la izquierda, pero también operativo.

Podemos es, hoy, un partido con serios problemas para mantener su especificidad, y a sus votantes, que comienzan a volver al redil (el PSOE) o se van a otros partidos, donde los hay (en la Comunidad Valenciana, a Compromís). Paradójicamente, todo ello les lleva a cumplir su sueño: ser, finalmente, Izquierda Unida. Ocupar su espacio. No parece mucho, tras haber soñado con ser el PSOE. Y, además, al menos, una cosa que nadie podrá negar nunca a IU es que eran coherentes con sus principios. En Podemos parecen a veces marxistas de los de Groucho Marx. Ya saben: estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros (los que digan las encuestas).