Sor lo visto hay dos formas de tener fe en el bitcoin. Está la fe de quienes creen que la criptomoneda y sobre todo la tecnología en la que está basada (blockchain o cadena de bloques) van a revolucionar las transacciones económicas en el futuro, acelerando las operaciones, abaratando sus costes y haciendo más accesibles y seguros para todo el mundo los servicios financieros y muchas otras actividades. Vienen a creer los fieles que esta moneda virtual, respaldada por los algoritmos matemáticos en lugar de por un banco central, llegará a sustituir al dólar en el comercio internacional y al oro como valor refugio. Confían en el dominio futuro de una divisa digital que por ahora tiene un uso limitado (es aceptada por unos 100.000 comercios de todo el mundo, según una estimación de 2016) y están convencidos además de que es imposible de ´hackear´ (sería necesario para ello controlar millones de ordenadores, según ha escrito el ingeniero asturiano Miguel Ortuño).

Luego están los que creen en el bitcoin por codicia y que cabalgan sobre una ´criptoburbuja´ que tiene este perfil: el precio se ha multiplicado por quince en un año y hoy conseguir un bitcoin cuesta más de15.000 dólares (unos 12.800 euros), cuando hacia 2008 su cotización era de unos centavos. Con independencia de la cuestión muy técnica acerca de si el valor intrínseco se acerca o no a cero, como se discute en algunos foros de economistas, la cotización ha subido en proporciones que sólo se explican por la especulación y en un contexto financiero de abundancia de liquidez que probablemente ha contribuido a recalentar la burbuja y a llevarla a la fase de euforia donde ya está, con 200.000 millones de dólares colocados en bitcoins en todo el mundo. Lo que normalmente viene luego es el drama, el estallido del que se libran algunos espabilados y que atrapa las inversiones del resto. Si finalmente ocurre así, no faltará quien vaya a pedir cuentas y compensaciones ante los poderes y reguladores públicos tras haber incurrido en algo muy antiguo y que sabiamente describió John Kenneth Galbraih hablando de la burbuja de la Compañía de los Mares del Sur (siglo XVIII): «Los individuos fueron peligrosamente cautivados por la creencia en su propia perspicacia e inteligencia en asuntos financieros, y transmitieron ese error a otros».