¿Pasaremos de los complejos al miedo? Nos mandaron leer el Quijote como un esfuerzo más que superar en clase. Me cuentan que en Cataluña no es así con ´su´ Tirant Lo Blanch, el ´alegre´ y ´entretenidísimo´ -como lo calificó el medievalista y académico Martín de Riquer- libro de caballerías escrito por el valenciano Joanot Martorell. El mismo Cervantes habla del Tirante en el Quijote, en el pasaje en que el cura Pero Pérez salva ese libro de la hoguera:

«¡Válgame Dios! -dijo el cura dando una gran voz- ¡Que aquí esté Tirante el Blanco!... Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos».

Cervantes, según los estudiosos, no conoció el libro original de Martorell -publicado en Valencia en 1490-, sino que al parecer tendría en su biblioteca la versión castellana de 1511. En ella no se reflejaba su autor y por eso no le menciona. En todo caso, la mayor novela valenciana es hoy uno de esos pilares de la catalanidad sobre los que se apoya con intencionalidad política el procés.

Cuando anduve de reportero de festivales de cine latino por el otro lado del charco siempre tuve la sensación -que no puedo demostrar con estudio alguno- de que el Quijote se leía más en Hispanoamérica que en España. Hay ediciones actualizadas de las peripecias del ingenioso hidalgo muy recomendables. Pero incluso de las que hay que desentrañar su castellano original Martín de Riquer llegó a decir: «Felicitaría a quien no haya leído el Quijote, le diría que aún le queda el placer de leerlo». Y tenía razón. El Quijote es un regalo al que acudir de cuando en cuando.

El relato de los indepes de la estelada y el lazo amarillo es, como el de todos los nacionalismos, «victimista y ficticio, casi mitológico», tal cual ayer lo calificaba Ignacio Camacho en la presentación en Málaga de su libro Cataluña, la herida de España. Mitos y claves de la revolución independentista (Ed. Almuzara). Venía a advertir uno de los maestros del articulismo que frente al cuento del independentismo catalán los españoles andamos faltos de relato. A lo que habría que sumar los prejuicios y complejos acumulados por la «sangrienta» conquista de América y la fea dictadura franquista. A pesar de todo, aquel Sábado de Gloria en que Santiago Carrillo asumió la bandera constitucional española o los goles de la Roja o el último libro de la profesora malagueña Elvira Roca Barea sobre la leyenda negra que ha arrastrado España durante siglos, parecía que nos curarían la vergüenza de ser patriotas -que no fachas- en nuestro actual estado de Derecho. Pero el irresponsable esperpento burgués del procés alimenta -como ya hizo ETA- a quienes tienen el cerebro rasurado al cero por la derecha. Y a quienes lo tienen por la izquierda, como ese violento reincidente que ha matado a golpes por la espalda en Zaragoza a un Tirante rojigualda. El motero asesinado llevaba los tirantes con los colores de la bandera de España. Pero ahora no debemos pasar de los complejos al miedo. Debemos defender la ley y decir la verdad.