Vi las escenas al principio de la semana en las noticias de la BBC. En California, los incendios seguían calcinando algunos de los lugares más deseables de América del Norte. En San Diego, en lo que parecía ser un Country Club modélico, unos caballos de carrera, perfectos, probablemente los seres más bellos del planeta, galopaban aterrorizados alrededor del recinto donde habían sido agrupados. Finalmente alguien les abrió las puertas y aquellos animales maravillosos, tan elegantemente superiores en lo físico a los humanos que les estaban ayudando, escaparon del infierno que estaba a punto de rodearles. No sé qué ocurriría al final. Espero que la sabiduría de su instinto pudo llevarlos a un lugar seguro.

El mismo día, Jerry Brown, el gobernador del Estado de California, visiblemente afectado, decía en unas declaraciones institucionales que jamás hubiera pensado que un día estarían intentando apagar incendios, feroces como aquellos lo eran, ya en las puertas de la Navidad. ¿Dónde habían estado las lluvias ese otoño y en los anteriores?

Mientras tanto, en Washington D.C., en la costa este de los Estados Unidos, la que da al Atlántico, el tosco caudillo que ocupa ahora la Casa Blanca, el magnate Donald Trump, seguía desmantelando las políticas que sus predecesores en la Oval Office habían ido implementando para paliar las consecuencias más peligrosas del cambio climático.

Esta semana se ha celebrado en París la reunión de la cumbre mundial para coordinar la lucha contra esa amenaza global. En ella, Emmanuel Macron, el presidente de la República Francesa, ha anunciado: «El mundo está perdiendo la batalla del cambio climático». Esa cumbre, convocada en la capital de una nación que fue, como España, una de las hijas más nobles de Roma, se ha celebrado con la ausencia - ya amortizada- del polémico presidente de los Estados Unidos.

El gran ausente, en su bien consolidado papel estelar de enemigo público número uno de la protección del medio ambiente. Oficialmente se supone que los Estados Unidos no creen en esa conferencia. Pero de alguna forma el gran país que dos veces en el siglo pasado envió a sus jóvenes soldados a arriesgar sus vidas por la liberación de Francia sí estuvo allí. Y aunque Donald Trump anunció ya en su campaña electoral que todo aquello del cambio climático era una burda patraña para perjudicar a las empresas norteamericanas, muy ilustres ciudadanos americanos, como Bill Gates, estaban allí. Eso no deja de ser una muy buena noticia. God bless America!