Todos tenemos un amigo o un familiar al que, con solo verle venir, ya sabemos cómo tiene el día. Un jefe, o compañero de trabajo, que ya con la mirada nos está diciendo «hoy no me pidas ni la hora». La cara es el espejo del alma, dicen, y puede que sea cierto, porque hay días en los que mi carnicero, que es un tipo estupendo, me cuenta su vida y me pregunta por la mía a poco que mi saludo no alcance los decibelios requeridos para que él considere que todo va bien. El ruido interno, provocado por movidas familiares, conflictos sentimentales o divergencias laborales, cuando no sale entre cervezas o largas conversaciones telefónicas, acaba escapando por la mirada. Y en esos dos ojos marrones, el pasado miércoles, se adivinaba jaleo. Tras semanas y semanas de polémica en la ciudad por los problemas de los equipos del baloncesto base para entrenar en horario extraescolar, y tras acelerarse la tensión en menos de diez días con las dos multas municipales, el anuncio de una nueva manifestación y del parón de la competición para hoy, y el salto del asunto a los medios de comunicación nacionales, y lo que es peor, al Twitter, donde el titular En Málaga no dejan jugar al baloncesto a los niños corrió como la pólvora hasta manos como las de Pedro Sánchez o Sergio Llull, a mitad de esta semana se encajaba la puerta del conflicto con la firma de un convenio para prolongar dos horas el permiso a los equipos para entrenar hasta las diez de la noche. Los protagonistas de la firma: Francisco de la Torre y Patricia Alba. De la cara del alcalde (observen la imagen que acompaña estos párrafos) no hace falta decir nada, porque la experiencia del primer edil, bastante sobrada, le hace adoptar elmismo rictus a la hora de inaugurar un exposición en el Mupam, de cerrar un acuerdo con el comité de empresa de Limasa o de subirse a una bicicleta en un skatepark. Pero la cara de la delegada de Educación y Deportes de la Junta... ¡ay! Esa cara no es la cara de alguien feliz por haber solventado definitivamente un desacuerdo. No es la cara de alguien que está pensando que, por qué no, este apretón de manos (no se pierdan la extraña manera en la que De la Torre y Alba sellan el acuerdo) puede ser el primero de muchos. Y, desde luego, no es la cara de alegría e inocencia de los pequeños jugadores que ya el jueves podían volver a botar la bola pensando en que un día lo harán vestidos de verde para levantar del asiento al Carpena. No. No es esa cara. Si fueran un matrimonio, esa mirada estaría reflejando un clarísimo «Ya hablaremos tú y yo», pero desgraciadamente no lo son. Y esa, es la cara de alguien que piensa: «Esto no se ha terminado».