España debuta en la modalidad de elecciones con cárcel interpuesta. Rajoy se quejaba periódicamente del exceso de comicios en Cataluña, así que ha convocado otros de resultado más que incierto para sus siglas. El presidente del Gobierno ha entrado en campaña a favor del partido de Albert Rivera, líder unionista. La voluntariosa iniciativa no está exenta de riesgos. Si el PP obtiene menos de la mitad de los escaños de Ciudadanos, se domiciliará en la psique colectiva un posible traslado de dicha inversión a la esfera estatal.

Europa le prohibió a Rajoy que se quedara con Cataluña, sin conquistarla antes mediante unas elecciones. Este gambito envenenado ha servido para ilustrar que la salida al PP pasa por el crecimiento de Ciudadanos, no por un utópico decantamiento masivo hacia la izquierda. Los populares toleraban a Rivera como un apéndice incómodo, pero necesario para aproximarse a la mayoría absoluta soñada por la derecha. La sustitución no entraba en los planes del partido antaño hegemónico, las catalanas pueden alentar dicha proyección.

En todo lo anterior, supone un error barajar indistintamente los términos Rivera, Ciudadanos o Inés Arrimadas. El líder del partido emergente utilizó a su formación de pértiga, que en un momento dado le permitiría acceder a un Gobierno del PP por la cúspide. Ahora se enfrenta a la contradicción de que sus huestes se disparan en una circunscripción que el fundador ha abandonado, para instalarse en Madrid.

Rivera es hoy un paracaidista en su tierra natal. Las cartas vienen repartidas por Arrimadas, que no tiene la menor idea sobre la cifra del paro en su comunidad pero lanza una cifra al azar ante Jordi Élego, convencida de que la fortuna se alía con los audaces. Con unas dosis notables de desparpajo, la candidata trabaja lícitamente para su proyección personal. Cataluña o Rivera son peldaños inevitables para culminar su ambición. Criticarla por este cálculo equivale a recriminar a Obadia que utilizara el Senado del estado de Illinois como palanca para catapultares a la Casa Blanca.

Periódicamente, los políticos a izquierda y derecha incurren en la ensoñación de que el descrédito de sus rivales no los erosionará, sino que los desmoronará hasta la liquidación. Se pierden unas energías preciosas en pos de una hegemonía ficticia. Por ejemplo, la corrupción del PP no se traduce en la huida de todos los votantes de dichas siglas, sino en que los fieles voten a su partido desde la indignación. La migración solo ocurre si existe un caladero en la misma orilla. Uno de los milagros no siempre resaltados de la democracia establece que los electores se pronuncian más en atención a sus convicciones que respecto a sus intereses.

En una de las piruetas a barajar en las elecciones del jueves, la consolidación del sorpasso de Ciudadanos al PP en Cataluña puede resultar insuficiente para aupar a Arrimadas a la Generalitat. En cambio puede demostrar, a los votantes conservadores españoles en desacuerdo con aporrear ordenadores, que existe una salida en la misma parcela ideológica. Rajoy no se ha instalado en Cataluña para lograr un triunfo constitucionalista en las autonómicas, sino para evitar un hundimiento en las generales.

Los independentistas se mantienen en unas posiciones y porcentajes inescrutables desde Madrid, y la visión del futuro español desde el prisma de las catalanas cursa con la curiosa ausencia de la versión socialista. Disfrazar de renacimiento las cifras asignadas hasta hoy al PSC, supone olvidar que los socialistas doblaban estas previsiones una década atrás. Por un desistimiento propio que únicamente podría explicar un fanático de las conspiraciones, el PSOE solo gana en los premios de popularidad del Congreso, enhorabuena a Margarita Robles.

La envenenada tesitura del bullicioso Iceta le impulsa a iniciativas de quita y pon. La propuesta de un indulto, para los aventadores de una independencia imposible, sería desaconsejada por un asesor de campaña. Sin embargo, obligaba a los partidos que no podrán ignorar alegremente el concurso del PSC, y que son casi todos. Fue un error retirarla al día siguiente de esbozarla, porque comprometía singularmente a Ciudadanos. Aunque la política española se desenganchó tiempo atrás de postulados éticos, la libertad anunciada homenajearía al país que supo reconciliarse sacando a gente de la prisión, no encarcelándola. El danzarín candidato socialista sigue bailando. Un paso adelante, un paso atrás.