Nadie quiere hacerse el harakiri con un rascacielos, pero en Málaga abundan los masoquistas que juegan a la lotería con las obras en dominio público y hay mucha gente que no ve problemas en enredarse en un contencioso administrativo más. Eso, siempre que por parte de la administración actuante se garantice un embrollo jurídico de suficiente altura para que la duración de los avatares, -de lo que algunos califican de ´galimatías´ en el caso del hotel de Carboneras-, pueda tener cabida entre el muelle de levante y el de poniente, justo en la bocana del puerto de Málaga.

Un esperpento de esta envergadura no puede caber en un sitio parecido, - la terminal de cruceros no tiene por qué albergar un bodrio-, sin causar evidentes destrozos en las armazones de las legalidades vigentes; pero eso desafortunadamente es lo de menos. España ha vivido casos de ilegalidades asumidas como el Hotel Royal Palm Resort realizado en uno de los humedales protegidos de Fuerteventura con la gran aquiescencia de partidos de uno u otro nombre; y, por supuesto, a riesgo y ventura de moratorias y licencias dudosas. Muchas torres hay ya mal colocadas. En Barcelona, Ponferrada y Sevilla cuentan con rascacielos de incierto porvenir.

La economía de casino gana enteros en España, porque es mucho más lucrativa que la normal, ya que acomoda las reglas a la ruleta (rusa), mientras los ´croupiers´ se dedican a recibir instrucciones de cómo favorecer el comportamiento adictivo de las ciudades tan locamente encandiladas consigo mismas, que no ven ni siquiera el ilusionismo de las falsedades mágicas que se ponen ante sus ojos.

Delante de todo el mundo, los ilustres cocineros se avienen a pactar los ingredientes más estrafalarios para poder hacer del suelo portuario un menú a la medida de la alta cocina de los grandes litigios ambientales y urbanísticos. Con una buena bola de cristal se puede presagiar que esta torre de 135 metros les sabe a poco a los defensores de que la ciudad se haga a picotazos especulativos. Pronto, los comensales podrán sentarse ante la máquina tragaperras, para rellenar de fantasías las autorizaciones necesarias, negar el impacto paisajístico y alcanzar el consenso entre los neoliberales que pujan entre todos por repetir burbujas irremediables. Son estos políticos, que se salen, los que están tan al frente de la Junta, del Puerto, del PP, PSOE y Cs, del Ministerio de Fomento y de Puertos del Estado, que pretenden multiplicar por siete veces la edificabilidad permitida en terrenos recién ganados al mar. El Ayuntamiento pierde así toda oportunidad de que Málaga sea en su centro histórico patrimonio de la humanidad, porque no se puede jugar con dos barajas: El menú del patrimonio suele excluir los atentados previsibles y los conflictos premeditados para que entren de lleno en los laberintos jurídicos de ´quién lo hizo peor´, si el Ayuntamiento, la Consejería o la Autoridad Portuaria, los complacientes partidos o los inefables líderes que están ´a por todas´ las formas de apropiación del suelo público; eso sí sin planes previos y forzando los planes hasta que parezcan compromisos electorales de una ciudad fantasma.

Se ha hablado mucho de este hotel improbable de rentabilizar y, presagiado de ruina a medio plazo, en tanto las plazas de apartamentos turísticos se han multiplicado por tres o cuatro y los hoteles se han encarecido hasta los límites en esta creciente burbuja del alquiler, seguimos pensando con la mentalidad de los ´pases´ que hacían los antiguos ´tratantes´ de fincas. Es una manera de pensar que encaja bien con la ciudad subsidiaria de los grandes operadores, que cambian a su antojo el mapa global del turismo. Si la bola, al final, cae del bombo nos podemos encontrar con más de una sorpresa, en medio de una farfolla administrativa-jurídica de las que dejan huella en toda una generación.

Pero, ¿qué importa eso si la ciudad cada vez es menos nuestra y nuestros símbolos se importan de dónde los tour operadores quieren? Al fin y al cabo es muy fácil aplaudir los trucos de los magos, aunque luego tengan que venir a explicarnos cómo hicieron la ilusión del engaño y cuánto ganaron con la dejadez de nuestros representantes públicos.