La promulgación de la Ley del Patrimonio Histórico Español en 1985 fue un hito que marcó un antes y un después en la relación de los ciudadanos con el patrimonio cultural. Entre otras novedades, introdujo el carácter social del patrimonio y mayores facilidades de accesibilidad y disfrute. Pero también trajo aparejados una responsabilidad colectiva respecto a su conservación. Fue un cambio de actitud justificado ante una nueva situación democrática, en la que el ciudadano dejaba de ser un ente meramente pasivo para reclamar su papel en la gestión de la sociedad.

Estas reflexiones vienen a cuento de la situación provocada en la ciudad de Ronda a propósito de su monumento más emblemático, el Puente Nuevo o del Tajo. En su momento fue un celebrado logro, en el que la solvencia y capacidad del arquitecto Martín de Aldehuela aportó una solución técnica que acortar la considerable distancia entre el centro histórico y el populoso barrio del Mercadillo, separados hasta entonces por el cañón del río Guadalevín. Conscientes de su necesidad, los rondeños colaboraron a los gastos con impuestos específicos y con aportaciones de su institución más señera, la Real Maestranza. Con la inauguración en 1793 quedó resuelto el problema.

Desde entonces su sólida, y a la vez airosa, estructura, ha venido cumpliendo su función, a la que se le ha sumado una nueva, no menos importante, como patrimonio cultural e icono más representativo de la ciudad. Durante décadas ha atraído la atención de viajeros y turistas, y no resulta exagerado afirmar que es el monumento que más visitantes atrae hasta Ronda.

Cabe establecer una comparación con otro famoso puente: al Ironbridge (Inglaterra), terminado en 1779 -poco después del puente rondeño-, le cabe el honor de haber sido el primero construido íntegramente en hierro. Las posibilidades del nuevo material permitieron salvar con un solo arco 35 mts. de distancia del profundo cañón labrado por el río Severn, que incomunicaba las numerosas fábricas establecidas en ambas riberas. Su inauguración no fue menos celebrada, pues un puente convencional resultaba inviable, ya que habría interrumpido el tráfico fluvial, vital para el desarrollo económico de la zona.

Las singularidades de su construcción determinaron que la Unesco lo inscribiese en el codiciado listado del patrimonio mundial. Desde 1934 se prohibió el paso de tráfico rodado, y en la actualidad, cuando el valle del Ironbridge constituye un recurso para el turismo cultural de relevancia internacional, el tránsito peatonal se ha restringido a un máximo de 200 personas de forma simultánea. Es obvio que estas medidas suponen una limitación al uso por parte de los vecinos, pero nadie ha puesto la más mínima objeción. Todos son conscientes que la conservación de este bien prevalece sobre consideraciones de cualquier otro tipo. Además, este puente es, no solo un símbolo de la Revolución Industrial, sino también el elemento patrimonial que más turistas atrae hasta este lugar.

Hasta hace escasas semanas autobuses y vehículos pesados transitaban, incomprensiblemente, por el tablero del puente de Ronda. Las obras acometidas para solventar el problema ocasionado por unas filtraciones han servido de llamada de atención, y se ha puesto en marcha una primera medida desviando el tráfico rodado, permitido exclusivamente a los vecinos que habitan en el barrio del Mercadillo. Pero esta medida, que a todos debía causar satisfacción, ha ocasionado protestas de quienes ven en el puente un mero objeto funcional, ignorando su dimensión patrimonial y, sobre todo, la obligación comunal de legar este patrimonio a las generaciones futuras en las mejores condiciones posibles.

La incomodidad de tener que desviarse para llegar a casa o al centro recorriendo en coche algunos kilómetros no justifica renunciar a nuestra responsabilidad. Las generaciones futuras no entenderán que el egoísmo particular o la comodidad puedan interponerse ante el deber de garantizar que nuestros hijos y nietos puedan seguir disfrutando de Ronda como hoy lo hacemos. En otras ciudades de grandes flujos turísticos se han acometido planes de peatonalización y movilidad armónicos con el uso turístico, que han dado muy buenos resultados. Quizás haya llegado el momento de manifestarle nuestro respeto al puente y a su arquitecto con generosidad y pensando en su conservación más que en su utilidad práctica que, por definición, no durará siempre.