Hubo un tiempo, o quizás en realidad hubo otro mundo, otro universo, y ahora es cuando empiezo a darme cuenta de que ya no existe, en que la vida se escribía en ´fino´ o en ´normal´, los dos formatos del bolígrafo Bic, el naranja y el cristal. A mí me gustaba más el naranja, porque soy zurdo y paso la mano sobre lo escrito, de modo que cuanto menos tinta ponga en el papel menos acabará reimpresa en mí y en el puño de la camisa. Pero, durante años, todo lo que escribí lo hice con el bolígrafo de cuerpo hexagonal, el más popular y asequible de cuantos en el mundo había.

Pero debo confesar que hace años que no compro un bolibic, así, todo seguido, del mismo modo en que se pronunciaba y se pedía en la papelería del barrio. El otro día firmé unos cuantos libros de poemas con uno que me regaló, de urgencia, el siempre generoso José María de Loma, y que no le he devuelto. Creo que me lo voy a quedar. Que el último de mis Bic sea un Bic robado tiene un noséqué (así todo junto también) de valor añadido, de esas cosas que pasados los años se cuentan y se legan a los nietos: «esto era un bolígrafo Bic y perteneció a José María de Loma».

Porque, al parecer, y según las últimas informaciones, el universo de los Bic está a punto de morir, como esas estrellas que de pronto estallan y desaparecen dejando tras de sí un haz de luz que se consume. La pequeña empresa familiar que se convirtió en una marca global en los años 60 y 70 del siglo pasado se desangra, al parecer irremediablemente. Los inversores han ido dándole la espalda a la compañía. El precio de sus acciones ha bajado un cuarenta por ciento en los dos últimos años y sus ganancias han disminuido casi un veinticinco. Hace no tanto tiempo era imposible concebir el mundo sin un bolígrafo. Eran imprescindibles para todo, desde los deberes a la firma del contrato que nos esclaviza, pero poco a poco lo digital va ganando terreno y el universo de la tinta, aquel en el que Bic era el rey, se desvanece.

Algunos expertos aseguran que Bic ha perdido su «misión de negocio», es decir, que el bolígrafo está en retroceso frente a otras formas de escritura que llegan con las nuevas tecnologías. Como ocurrió en su día con la película fotográfica o con las máquinas de escribir, que ya son reliquias de un tiempo que no volverá.

Es lo que ocurre con el tiempo, que no vuelve, que ni siquiera tropieza. Los universos se suceden y en ellos todo tiene vocación de arqueología.