Hace poco nos enterábamos de que el Oxford Junior Dictionary, destinado a niños de 7 a 10 años de edad, había introducido algunos cambios en su edición más reciente. Muchas palabras asociadas al medio natural, como los términos ingleses equivalentes a bellota, castaña, trébol, helecho, sardina, martín pescador y muchos otros, han sido eliminadas y sustituidas por otras propias del mundo virtual: blog, copia y pega, banda ancha, celebridad, etcétera.

La noticia coincidía en el tiempo con la publicación de los resultados de una encuesta por parte de SEO/Birdlife, la cual había sido realizada entre niños españoles de tercer curso de Primaria, y donde se confrontaba el conocimiento que nuestros infantes tenían de las aves urbanas con el de los personajes televisivos. El estudio concluía que el 100% sabía reconocer a Bob Esponja, pero sólo un ínfimo 6% sabía distinguir un gorrión.

Cuando más evidente es para la ciencia nuestro insignificante lugar en el Cosmos, más nos separamos de lo que nos rodea; ya desde la cuna se nos planta una pantalla ante las narices, interpuesta entre nosotros y el mundo real. Las nuevas generaciones son nativas digitales y puede que estos cambios estén imbuidos de sentido práctico. Lo preocupante es que, como nos enseña el refranero, «ojos que no ven, corazón que no siente», y por tanto no se valora lo que se desconoce. Las amenazas que se ciernen sobre nuestro ambiente son lo bastante graves como para tenerlo en cuenta. Además, la primacía de lo visual relega a otros sentidos como el tacto o el olfato; nos perdemos mucho.

Quién lo hubiera dicho: oler a tierra mojada, abrazar el tronco de un árbol son hoy actos de rebeldía.