El sueño imposible de la independencia sigue en pie, pero en la republiqueta ganaba ayer las elecciones una andaluza de Jerez de la Frontera que, como según ella se encarga de aclarar, no alcanza siquiera la condición de charnega que con tanto desprecio le atribuye el supremacismo nacionalista. Arrimadas no gobernará pero la victoria, histórica y moralmente, es suya en una Cataluña dramáticamente fracturada. La numérica pertenece al secesionismo que tiene la oportunidad de reeditar el disparate ya vivido, simulando una negociación con Madrid o siguiendo adelante con el irreal proceso constituyente. La negociación, partiendo de ese planteamiento, jamás llegará a buen puerto porque un diálogo dentro de la Constitución impide ponerse de acuerdo por ahora en la idea de trocear España. También habrá que ver si los viejos socios del procés vuelven a ponerse de acuerdo para una mayoría tras los roces que se han detectado entre ERC y Puigdemont. Habrá que comprobar, además, si el expresident fugado vuelve de Bruselas para hacerle compañía a Junqueras en Estremera. No es probable que lo haga de inmediato, pero con el subidón de las urnas no se sabe. Bailar entre lobos, en cualquier caso, puede que ya no sea tan grato. Para investir a un presidente independentista el independentismo necesita de todos sus votos. De los de los prófugos y los que están en prisión. En el caso de los fugados o vuelven y van la cárcel, o corre la lista. Si la lista corre es señal de que Puigdemont prefiere quedarse bebiendo cervezas trapenses en el Grand Sablon antes que pasar por la trena, primero, y recoger el acta más tarde. Rajoy y el abate de Estremera, mientras tanto, han iniciado una meditación.