Nos duele la cuestión catalana porque es una cuestión de todos y más desde que Ortega animase a conllevarla con resignación. Hablamos tan reiteradamente de ella porque, aunque haya cierta resistencia a reconocerlo, no se trata de un asunto que perturbe únicamente a los que viven en Cataluña. Es un problema que no depende de la voluntad exclusiva de los catalanes desde el momento en que afecta a la soberanía nacional. Pero en la pequeñísima, digamos insignificante, parte que me concierne como integrante de la cofradía de la santa columna estaría dispuesto a desviar la atención siempre y cuando existiese un friqui como el presidente suspendido de la Federación Española de Fútbol dispuesto a embestir con la fiereza que ha embestido a la inteligencia soberana. La inteligencia soberana de cada uno es un asunto bastante más delicado que cualquier otro tipo de soberanía. Villar es un personaje peculiar pero a la vez bastante identificable en este paisaje. Ha decidido arremeter contra todo y contra todos porque se siente víctima de una conspiración por parte de la Guardia Civil, el Gobierno y no sé cuantas instituciones más dispuestas a arriesgar la participación de España en el Mundial con tal de verlo en chirona. La manía persecutoria es un rasgo conspiranoide de la raza ibérica. Se da en Puigdemont, en Villar, y en cualquiera que mañana sea investigado por supuestos delitos. La situación de Villar, que se aferra al cargo tras pasarse media vida en el machito, debe de ser muy miserable y desesperada, hasta el punto de llevarle a mofarse del presidente del Gobierno y de lo que gana, poner en duda el sistema penitenciario español y ponerse él mismo aún más en evidencia. Qué calamidad de sujeto.