Una de las conclusiones de García Albiol es que los catalanes se han equivocado. Reconoció que el PP había obtenido unos resultados «malos», un eufemismo ante la debacle sin precedentes de los populares en el asalto a la Generalitat. Sin embargo, al candidato no le alcanzaba ni un ápice de responsabilidad en la noche electoral. Si la gente no sabe votar, que luego no se queje.

Sorprende la recuperación tan inmediata del garrotazo dialéctico a los catalanes «abducidos», en un partido que había sintonizado las elecciones al ritmo de «la mayoría silenciada». Por omisión o por opresión, este inmenso contingente de votantes se abstenía en las autonómicas. Sin embargo, saldrían de las catacumbas para desplazarse en masa hacia las urnas, ante el requerimiento marcial de Rajoy y del propio Albiol. Igual que la materia oscura define las auténticas cualidades del Universo sin manifestarse, el votante oscuro no dejaría pasar la oportunidad de cambiar el futuro de Cataluña. Parece una apelación esotérica, y en espiritismo acabó la farsa. Bastaría con haber aclarado desde un principio que la «mayoría silenciosa» fue un invento del malhadado Nixon.

O tal vez se ha demostrado que la mayoría silenciada son los padres, según sospechaban hasta los niños más confiados. Con la práctica totalidad del censo depositando su voto en las catalanas, los grandes bloques permanecen inamovibles desde tiempo inmemorial, con ventaja para un independentismo ahora en diferido. De hecho, la principal sospecha de pucherazo en Cataluña debería ser la fijación de las aspiraciones secesionistas en una cuota del 47 por ciento. Así en 2017 como en 2015 o en 2012.

El PP no puede afirmar que el resultado es malo para Cataluña. En primer lugar, porque una votación nunca puede ser negativa en democracia. En segundo lugar, porque descalifica a quienes pidió el voto. Resulta chocante participar en una competición, que el propio Rajoy calificó de «libre y limpia», para denigrarla en cuanto sobreviene la derrota. Bueno, excepto para Mourinho. Además, resulta sintomática la insistencia en aporrear a los catalanes, con una furia que alentaría imputaciones por delito de odio si se dirigiera a los naturales de otras regiones.

¿Qué necesitan los catalanes para votar de otra forma? Que se les convenza de votar de otra forma, según ha ocurrido en instancias pretéritas. Ahora bien, el PP no trabaja para derribar los bloques monolíticos que entorpecen el consenso en la Generalitat, sino para perpetuarlos desde la ficción de reconvertirlos en su provecho. Esta maniobra cursa con resultados catastróficos para los propios intereses conservadores. El jueves se demostró que la aplicación del 155 es incompatible con la convocatoria de elecciones, pero Europa no le dio opciones a Rajoy tras las cargas policiales del domingo del referéndum. La UE no se fiaba de su socio español. Una vez más, tal vez no conviene emplear la violencia contra personas cuyo voto se pretende conquistar.

Rajoy ni se ha molestado en entender la situación que vive Cataluña. En cambio, Ciudadanos arrasa entre las opciones no independentistas porque domina el terreno que pisa. Ahora bien, quienes gritan la victoria de Arrimadas son los mismos que celebraban en septiembre sin tasa un supuesto triunfo apoteósico de Angela Merkel en las parlamentarias alemanas. Tres meses y varios pactos frustrados más tarde, se debe concluir que la euforia en torno a la líder del CDU estaba notablemente exagerada. Lo mismo ocurre con la cancillera catalana, coronada antes de analizar las coordenadas exactas de su condición innegable de fuerza más votada al Parlament.

Trasladando al Congreso los 37 diputados de Ciudadanos en el Parlament catalán, equivalen a la obtención de 94 escaños en unas generales rumbo a Madrid. Quienes hoy celebran a Arrimadas como la figura más descollante de la derecha española después de Esperanza Aguirre, prohíben al PSOE que se atreva a escalar La Moncloa desde márgenes inferiores al centenar de diputados.

En buena lógica, la candidata mejor votada hubiera preferido obtener ocho escaños menos, a cambio de que PSC y PP cosecharan unos resultados más holgados que la catapultaran a la Generalitat que ahora mismo tiene vedada. Sin embargo, la ley de los vasos comunicantes impide un crecimiento de Ciudadanos que no extraiga sus apoyos de los partidos colindantes. La mayoría silenciada son los padres, los votos no se crean ni se destruyen y los votantes se hallan perfectamente divididos en Cataluña.