Quod Nihil Scitur, Que Nada Se Sabe, titulaba su obra Francisco Sánchez, un filósofo escéptico del siglo XVI. Pues eso podríamos decir sobre el futuro político de Cataluña tras estas elecciones. Pero sí hay cosas que sabemos con claridad. La primera, que la sociedad catalana está profundamente dividida y enfrentada, pero, frente a lo que parecía hace unos meses, los ciudadanos con una profunda vinculación con España no parecen dispuestos a ser arrastrados en silencio. En este sentido, en el hipotético e improbable caso de un referéndum de autodeterminación pactado, el establecer un quórum para evitar que el territorio y la sociedad se escindiesen por un puñado de votos, sería una saludable medida. En el hipotético e improbable caso, repito.

En segundo lugar, se ha constatado que cualquier movimiento hacia la independencia, aunque sea un amago, causa un daño terrible a la economía catalana, esto es, a su empleo y a su recaudación, por tanto a los servicios que pudieran prestarse a los ciudadanos. «El dinero tien el rau ñidiu», decimos. En estos pocos meses de aventura se ha podido ver cuánto.

La fe es inconmovible ante la realidad, en la misma medida en que los votantes abandonan con dificultad su militancia en su iglesia de siempre. Pueden darse movimientos entre sectas de la misma iglesia, o abandonos temporales de asistencia a los ritos parroquiales, pero difícilmente los feligreses abandonan su fe para mudar a otra religión. En este sentido, quienes pronosticaban que los votantes del independentismo podrían cambiar de voto a la vista de los desastres económicos y del esperpentismo de algunos de sus líderes, se equivocaron, inevitablemente.

Los resultados electorales no van a modificar algunos hechos básicos: hay una serie de ciudadanos, diputados unos, otros no, que han cometido una serie de delitos. Los purgarán. España no es todavía la España de 1936, donde las elecciones abrían las cárceles y los gobiernos sustituían a los tribunales.

Cs ha tenido un gran éxito y, en esa medida, ha sido el ganador un partido no independentista. Ahora bien, en votos, los independentistas (dejamos a un lado los resultados de Podemos, más independentista que otra cosa) ganan por cinco puntos porcentuales (ganaron en 2015 por casi nueve) y por 13 escaños (en 2015, por 20). Han bajado algo, pero siguen siendo mayoría.

Hay que constatar el éxito de la estrategia de Puigdemont, con dinero y un magnífico equipo ha logrado constituirse en el «prubín», en el mártir del voto independentista. Todo lo suyo, sin duda, estaba preparado desde hacía mucho tiempo, y al margen de Esquerra. Esquerra no ha obtenido el resultado que meses antes le auguraban todos los pronósticos: el encierro no le ha sentado bien a Junqueras. La CUP ha caído. También Podemos. El PSC no ha subido lo que soñaba. Pero el batacazo monumental se lo ha llevado el PP.

El PP ha pagado, al tiempo, haber puesto en marcha el 155 y no haberlo puesto en marcha. A pesar de que Cs era contrario hace poco a intervenir la Administración catalana, a pesar de que el PSOE ha sido muy renuente, esas realidades que hacían imposible la decisión de activar dicho artículo no han querido ser vistas por los votantes: Mariano Rajoy, piensan, ha sido un indeciso y un cobarde, por no haberse decidido antes y por haberlo hecho tímidamente (y lo ha hecho, a mi entender, en los límites justos del 155, porque no creo que dicho artículo faculte para disolver un parlamento). Mariano Rajoy, no tanto el PP. Mariano Rajoy, tal como viene siendo caracterizado hace tiempo por parte de la derecha española y por bastantes de sus fieles -que, por cierto, hay que oír lo que dicen muchos ciudadanos, votantes o no del PP, de lo que había que hacer en Cataluña-. Ello, evidentemente, señala una tendencia y tendrá repercusiones en el conjunto de la política española. ¿Con qué ritmo? Lo veremos.

Y esta pregunta abre ya nuestro «que nada sabemos». ¿Qué mayorías de gobierno se conformarán? ¿Con qué programa político? ¿Se votará como presidente a un Puigdemont fugado o encarcelado? ¿Cuál será el escándalo que ello provoque? ¿Volverán a repetir el referéndum unilateral? ¿Buscarán un acuerdo para uno pactado? ¿Aguardarán para tal la vuelta del PSOE al poder? ¿Optarán, en vez de ello o paralelamente, por la movilización permanente? ¿Los contendrá o moderará la fuga de empresas y el deterioro del empleo? ¿Seguirán movilizados quienes se sienten acosados y no son independentistas? ¿Si el escenario de segregación se repitiese, volvería el PSOE a prestar su apoyo a la intervención -el PSOE es la pieza débil del constitucionalismo español? ¿Triunfará en los independentistas-políticos y votantes- el principio del placer o el de la realidad?

Empezaremos a verlo pronto. Como quiera que sea, nos esperan días ruidosos y difíciles a todos.