En el último y bonito juego navideño contra la censura, la «teta reno» (pinche internet), hay algo retro, más claro aún para el que ha vivido muchas épocas y está sumido en su circularidad. La censura moral (de la moral sexual quiero decir) siempre regresa, aunque parezca que se ha ido. Hay periodos de glaciación y de deshielo, pero marcan sólo el compás oscilante de la eterna melodía censora. El censor, ahora, es un software que impide la circulación de imágenes, con la teta como límite prohibido. El programa, de momento, no puede discriminar el hecho artístico, por lo que ni el arte con teta elude la censura. Los viejos transgresores de la moral sexual (como el ex seminarista Georges Bataille) la defendían, viendo en el pecado el mejor excitante, y en la plena libertad la tumba del libertinaje. De igual modo, la prisión de la teta renueva y recarga el ansia de su liberación.