Entre 1932 y 1935, Enrique Jardiel Poncela vivió a 40 kilómetros del Pacífico y 30 de Charles Chaplin. En Hollywood descubrió que en las playas sólo hay dos ocupaciones: o tumbarse en la arena a contemplar las estrellas, o tumbarse en las «estrellas» a contemplar la arena. El humor jardielesco siempre fue algo muy suyo, bastante vanguardista y poco apto para mojigatos. En «Por qué se desmayó Isabel la Católica», uno de esos cuentos olvidados en un cajón que he leído con regocijo no hace mucho, nadie esperaría que el desmayo se hubiera producido por una circunstancia como la que sigue:

«Por fin entró don Gonzalo (el Gran Capitán), al parecer con el pie derecho, y sus palabras no fueron:

-Señora, vengo de Italia y traigo tres botines.

Por semejante frase no se habría desmayado la reina.

Por lo que la reina se desmayó -y de ira-fue porque dijo en realidad esto otro:

-Señora, traía de Italia, tres botines, pero me he dejado dos por el camino, porque para muestra basta un botín.»

El humor de Jardiel, 65 años después de su muerte, ha vuelto a resoplar. Permaneció enterrado durante el franquismo, un régimen con el que, sin embargo, y no se sabe por que motivos exactamente se le identificó, y a lo largo de los años de la Transición apenas se supo nada de él. Ahora, sin embargo se desempolva su obra y los lectores lo agradecen con una sonrisa inteligente. Jardiel fue un autor de humor poco accesible para necios. Por eso, el Instituto Cervantes lo ha recordado en una exposición bajo el nombre de «Enrique Jardiel Poncela, la risa inteligente». Su nieto, Enrique Gallud Poncela, recordó con motivo de la misma que su abuelo había sido una «persona famosa pero no muy conocida», perseguida por el poder que censuró sus obras de teatro y prohibió sus novelas y lo condenó a morir en la miseria. Mal visto por el franquismo que lo tachó de rojo y por la Iglesia que lo consideró un ateo, en los años 70 y 80 se le relegó y menospreció por sus ideas supuestamente de derechas.

En 1932 lo contrató la Fox para escribir guiones en la meca del cine. Por seis meses a razón de 100 dólares semanales. Hollywood significó para él una experiencia fructífera, sobre todo teniendo en cuenta que en España jamás se le trató demasiado bien, sobre todo la crítica alejada de sus planteamientos humorísticos. «Los críticos no siempre fueron justos conmigo y con mi trabajo, pero hay que admitir que yo tampoco lo fui inicialmente al considerarlos inteligentes», vino a decir.

De las dos generaciones del 27, la de los poetas, y la de los humoristas (Jardiel, Tono, Edgar Neville, Mihura, etc..) sólo los primeros recibieron un trato respetuoso. Los segundos siempre fueron demasiado para la sensibilidad y el sentido del humor en la República, primero, y en la Dictadura de Franco, después. La posteridad tampoco les hizo honor, no estaba el horno para bollos ni la cosa para bromas.