Este año he adornado el árbol de Navidad con bombillitas de los chinos. Unas luces intermitentes y cegadoras, como de after poligonero, incluso un tanto estroboscópicas. Si las miras el tiempo necesario te causan ataques epilépticos, y así tengo a mis sobrinos, cantando por la casa versiones techno del burrito sabanero. A Belén, a Belén, chunda, chunda, voy camino de Belén, tuki tuki tukituki, tuki tuki, tukitá.

Y es que son días de liarla parda, de insultar y transgredir, de repetir las procaces anécdotas de siempre, lo común en estos días, como la valiente heroína de Femen que intentó sin éxito robar por enésima vez al niño Jesús del Nacimiento del Vaticano, porque esto, lejos de ser extraño, viene siendo ya algo hasta predecible. Al grito de Dios es mujer saltó semidesnuda esta felina luchadora los controles policiales, con la agilidad necesaria para dar credibilidad a la actuación, con la lentitud suficiente para que su cómplice la grabase con todo lujo de detalle en tan cuidada puesta en escena. Una oda a lo reivindicativo, faro de partisanos y espejo de las hembras que viven subyugadas y aún no saben lo que es ser mujer.

Tampoco podían faltar la laicidad educada y el aprovechamiento político, todo un clásico que no por esperado deja de sorprender, como las películas de un Santa Claus amargado y gruñón que gracias a una niña huérfana y encantadora recupera el espíritu navideño. Me refiero al mensaje de Izquierda Unida (sí, amigos, sigue existiendo) en el que felicitan la Nochebuena con un árbol de navidad ardiendo. Qué gracejo, qué chispita, que derroche de humor inteligente. Lo que se ha perdido Miliki con estos muchachos tan ocurrentes, que tiemblen Faemino y Cansado.

En el otro lado de la balanza se sitúan las rarezas de los apolillados que se empeñan en compartir todo lo que huela a musgo y naftalina. Digno de mención ha sido escuchar a alguien deseándome Feliz Navidad, tal cual, con todas las letras, a bote pronto el muy cabrón. Al principio pensé que habría oído mal, que no podía ser. Seguramente había dicho Felices Fiestas, como todos, y que yo no había entendido bien. Pero no, aquel loco repitió en voz alta y clara su rotundo Feliz Navidad. Será insensato, pensé para mí, baja la voz, no vayan a confundirme con uno de esos tarados que aún cree que en Navidad se celebra la venida del Niño Dios.

Pero lo más raro que he visto por ahora ha sido un grupo de familias cantando villancicos por la calle. Con sus guitarras, sus zambombas, sus cancioneros. Serían unos treinta, mayores y pequeños, sin artificios, sin pretensiones, sólo ellos con sus afinados instrumentos y sus calibradas voces. Por increíble que parezca fue así, un oasis de normalidad entre el ruido, llamando la atención desde la normalidad. La gente se volvía al paso de su música, buscándolos, preguntándose qué era aquello tan extraño, mirándolos con perplejidad pero con cierto sentimiento de calidez y tranquilidad. Cantaban orgullosos y se les veía emocionados, sin importar lo que pensaran de ellos. Se pararon en una plaza formando el nutrido coro en dos filas, y al ritmo de lo tradicional se fue congregando un público que se contagió y empezó a tararear, a aplaudir, a cantar. Sé que resulta difícil de creer, pero ocurrió tal cual se lo cuento. Familias, cantando villancicos, sin miedo a ser tachados de crédulos, de inquisidores. Y la policía no hacía nada por pararlos. Un despropósito inaudito.

Acepto cruzarme con manadas de niñatos puestos hasta las cejas, envidio a la gente que va dando la nota, a esas pandillas borrachas y disfrazadas de putón verbenero o tonto de baba, pero las familias cantando villancicos eso sí que no, ni loco. Eso es ir provocando, es agredir el sentimiento religioso o ateo de quien en libertad ejerce su derecho a disfrutar del solsticio de invierno sin connotaciones de credo. ¿Familias cantando villancicos? Panda de iluminados, fachas rancios, falsos hipócritas, eso es lo que son.

En fin, sigo bebiéndome el cartón de vino, que para eso me he gastado un dinero y el tetrabrik es de los buenos. Me sentaré sólo, tranquilito, y releeré la biografía de Lenin a la luz de mi árbol, a ver si así borro de mi mente la imagen de esas familias, la sonrisa de esos niños y de paso destierro la estúpida idea de que Dios ha nacido. Habrase visto, familias cantando villancicos, que poca vergüenza.