De un plumazo borraremos el dolor de las, hasta el momento en el que escribo, cuarenta y siete mujeres asesinadas en lo que va de año.

Nos gustan los comienzos y también los finales. Nos interesa muchísimo menos todo eso que va de los unos a los otros y que en realidad es el meollo de la cuestión, lo verdaderamente importante. Pero nos parece que debemos prestar mayor atención a las cosas que empiezan y a las que terminan, por eso marcamos fechas, hacemos calendarios, construimos este convencionalismo absurdo de principio y fin del año (como si el tiempo supiera que hoy es viernes) y ponemos los contadores a cero.

Dentro de tres días, mi reloj, que como todos los relojes solo ha aprendido a restar, dirá que es lunes uno de enero de 2018. A la vez comienzo de año, de mes y de semana, cosa que será muy del gusto de mucha gente porque nos maravillan este tipo de coincidencias, estas simetrías que a veces trae el tiempo. Así que es un buen momento, nos parece, de hacer borrón y empezar las cuentas de nuevo. Y de un plumazo borraremos el dolor de las, hasta el momento en el que escribo, cuarenta y siete mujeres asesinadas en lo que va de año. El uno de enero es como si nunca ninguna mujer hubiera muerto a manos de un malnacido que decidió que era dueño de su vida y por tanto podía también disponer de su muerte como quien dispone de la calderilla que lleva en el bolsillo. El año empieza siempre con el vacío del cero, como si las 917 mujeres muertas desde 2003 (año en que empezaron a contabilizarse oficialmente) hasta ahora no contaran o no fuesen importantes ya.

Pero eso, el vacío del cero, es otra forma de muerte, es una segunda muerte igual de cruel, de injusta, de indignante que la primera, y marca una forma de olvido y desinterés que nos señala claramente como sociedad, esa sociedad en la que todavía hay quien piensa que rescatar una tradición en la que se subastan mujeres es un modo de cultura, como han hecho o querido hacer en Lecrín, un pueblo de Granada. Una segunda muerte en la que nos parece que podemos empezar a computar mujeres asesinadas con cada comienzo de año natural y hacer recuento al final como quien sopesa la cosecha, el rendimiento de la tierra.

Yo no sé si «Dios es mujer», como proclamó una activista de «femen» en el Vaticano el día de Navidad, pero seguramente no son mujeres quienes llevan la cuenta de la infamia (de este largo holocausto que debería ser nuestra mayor vergüenza) y que la ponen a cero, como si nada hubiera ocurrido, con la facilidad y la desidia de quien pasa una hoja en el almanaque.