El compositor ruso Piotr Ilich Chaikovski escribió una de sus más hermosas canciones, Strashnaya minuta ("El instante temible"), cumplidos los 35 años, cuando la decepción acompañaba su vida ya de un modo inseparable. El momento del miedo es el eco romántico de una pasión sumida en la inquietud del silencio: el minuto preciso que separa una respuesta afirmativa de otra negativa. Un amante declara su amor sin saber qué contestación obtendrá. Y en ese filo cortante, suspendido en el tiempo, se enfrentan las dos pulsiones primarias del deseo y la muerte, la plenitud y el suicidio. "No sabes -dice el poema- cómo me asustan estos momentos y el significado que tienen para mí. Tu silencio me entristece, mientras espero tu veredicto, tu decisión...". Chaikovski pide que la canción se interprete con ternura y que el acompañamiento de piano sea dolce, suave, introspectivo€ De hecho, la pieza sugiere una melancolía susurrante, una luz matizada. El bajo ucraniano Mark Reizen la cantaba de forma insuperable en su vejez, como si viera reflejada su propia vida en aquella melodía -y también la de cualquier hombre, pues en el instante temible es cuando se corta el nudo gordiano y se confrontan el destino y la libertad, quizás para siempre-. Hay algo sobrecogedor en esta escena que irradia su sentido sobre la condición humana: el amor sólo es posible entre personas libres, que pueden decir sí o no. Y, al mismo tiempo, la respuesta que demos a esa pregunta nos ata a un sino del que lo desconocemos todo, a una fuerza ciega que ningún hombre sabe domeñar. La cuestión del destino es la de la libertad ante sus consecuencias.

Cerramos 2017, que ha sido un año lleno de momentos temibles y de circunstancias decisivas, en los que se han enfrentado con acritud dos concepciones opuestas de la democracia y la lealtad institucional, en los que se han puesto en duda el sentido de la ley como elemento civilizador, en los que hemos visto reaparecer a la Corona y en el que el Estado, durante algunos días, ha corrido el riesgo de entrar en una peligrosa quiebra de legitimidad. Lo sucedido no ha resultado ni tierno ni dulce, como pedía Chaikovski a los intérpretes de su partitura, sino intenso, duro y pasional.

La leyenda del nudo gordiano trata precisamente de ese trance temible. Alejandro Magno, cuando se disponía a conquistar Oriente, se detuvo en Gordium para intentar desatar el famoso nudo que franquearía su triunfo en Asia. Al fracasar en su empeño, cogió su espada y lo cortó de un golpe. La pasión de la impaciencia le trajo el triunfo en la guerra y después una inmediata derrota. Al morir Alejandro, todavía no había cumplido los 33 años. Gordium marcó su vida.

La paciencia construye la civilización, del mismo modo que la impaciencia la destruye. Por eso, cuando nos enfrentemos a la cuestión última del destino y la libertad, conviene hacerlo como la vieja canción de Chaikovski, que acompaña el dolor de la angustia con esa melancolía inherente a la condición humana. La Historia es un bajo continuo de errores y de desgracias, que exige contención y mesura. Y quizás, sí, también, una mirada desencantada. Como escuchamos en "Strashnaya minuta", mientras suenan sus últimos acordes perdiéndose en el tiempo. Como estos últimos días de 2017, que se alejan para no volver.