Recibí a primera hora de la mañana un correo electrónico en el que se me preguntaba si deseaba conocer a personas a las que les faltara una pierna. Al principio pensé que se trataba de una broma o de un error. Un virus, me dije luego, intentan colarme un virus. Por si acaso, no desplegué el mensaje, pero a media tarde me picó la curiosidad y lo abrí. El remitente se dirigía a mí por mi nombre y apellidos. Aseguraba haber averiguado que me faltaba una pierna, la izquierda, y me invitaba a conocer a otra gente con el mismo problema. La idea, a largo plazo, era formar una asociación que defendiera los derechos de estas personas. Me levanté de la silla y fui de de un lado a otro de la habitación para comprobar que tenía la extremidad citada. Enseguida regresé a la mesa de trabajo algo aturdido por la situación.

Evidentemente se trataba de un error, pero de un error extraño. Dándole vueltas al asunto, recordé que semanas antes había publicado en una revista digital un cuento sobre un hombre cojo. Previamente, me documenté en internet sobre la cojera. Aquellas búsquedas, sumadas al argumento del relato, debieron de crear un algoritmo del que podía desprenderse que a mí me faltaba la pierna izquierda. Internet es así. Si un día investigas sobre la materia prima de los pañales, acabas recibiendo publicidad de pañales. Al principio no veía la relación entre mis búsquedas y los correos que recibía durante los días posteriores. Cuando comprendí lo que pasaba, empecé a llevar más cuidado. Ahora llevo tanto cuidado que he vuelto a las enciclopedias analógicas. En la Larousse buscas la palabra ´bomba´ y no recibes la visita de la policía al día siguiente.

De todos modos, ya no me abandonó la sugestión de que me faltaba una pierna que había sustituido con una prótesis. Me sentaba del lado derecho y me ayudaba con las manos para cruzar la izquierda sobre la derecha. Mi familia no notó nada, lo que en cierto modo me estimulaba. Por fin, pensaba, tenía un secreto para ellos.

-¿Por qué cojeas? -pregunta a veces mi mujer.

-Por nada -digo yo-, me aprieta un poco el zapato.

Mi pierna ortopédica es una pierna espía.