Comienza una nueva añada con los mismos y compasivos propósitos reinventados anuario tras anuario. G.K. Chesterton, ante el inicio de una recién bautizada anualidad, nos sugiere que ésta debería tener un alma flamante; nuevos pies, espalda, orejas y lozanos ojos.

«A menos que un hombre empiece totalmente de cero, no hará nada efectivo». Con esta reflexión intuyo que las buenas resoluciones enmascaradas temporada tras temporada se convierten en deseos los cuales en sí mismos tienen como objetivo su incumplimiento.

No sé si a ustedes les sucede lo mismo; exceptuando al segmento infantil, esta semana incipiente del año me conduce a un interminable viaje al pasado sentado en un vagón de un tren retenido en una estación grisácea, enmarcada por un halo de nostalgia. Las primeras jornadas de un año inédito están escritas con un argumento ilustrado por un sinfín de espejismos. El pasado y el futuro se dan la mano en un presente incierto, el cual nos desvía nuestra atención de continuar observando a una ciudad aletargada aún después del festín y el desbarajuste.

Son estos días noveles, alimentados de afables intenciones, los que nos ubican en una posición de presunta auto mejora. La próxima semana podremos volver a empedrar el paseo al infierno con ellas, como siempre. Dentro de un mes echaremos a jugar con la brisa nuestras voluntades de enmienda, tal como hicimos hace tan sólo un año. Fiódor Dostoievski plantea que la segunda mitad de la vida de un hombre está hecha únicamente de los hábitos adquiridos en la primera; tras un fracaso, los mejores planes elaborados parecen absurdos. No prometo nada, no puedo prometer ser mejor aunque moldear nuestras vidas debe ser una actividad cotidiana y rutinaria. Feliz año.